"Quiero que vuelva a
sonar
En mis oídos tu voz de
aurora,
Tu cantar de forma
dolorosa
En marchas de un sueño
procesional.
Quiero que tu aroma
En el aire se
entremezcle
Mientras mi alma se
estremece
En lo alto de una loma.
Quiero en mis ojos
siempre llevarte,
Quiero en mis pupilas
siempre verte
Siempre en mis
recuerdos quiero guardarte
Siempre engalanada
quiero quererte"
Así comienza el poema que cierra mi poemario: "A Cieza, por su Semana Santa" (descargalo GRATIS aquí) y a mi parecer es un buen resumen de como nos sentimos muchos en estas fechas. Durante todo un año hemos estado esperando pacientemente a que llegara este día, y ahora mientras los tambores de la Convocatoria resuenan por nuestras calles la impaciencia y la locura bendita cofrade va tomando posesión de nuestro cuerpo. ¡Cuánto hemos esperado este momento! Ahora toca bajar la túnica del altillo, desempolvar broches e insignias, engalanar balcones y comprar caramelos. Pero, ¿por qué hacemos todo esto? ¿Qué tiene marzo que saca de dentro del alma sensaciones que antes parecían no existir? No tengo una respuesta clara, solo se que a pocos no se le encoge el alma cuando ven pasar al Cristo de la Agonía por la puerta de las Claras, arrullado por un murmullo de dolientes violines. Pero intentemos ir un poco más allá. ¿Qué hace que nos emocionemos de esa manera con una procesión?
Consideremos en primer lugar el signficado que tiene esta fiesta. La Semana Santa nace como una forma más de glorificar al Señor, una forma de llevar los complejos textos evangélicos a un pueblo en aquel entonces muy poco formado. Esta catequesis en las calles derivó en una tradición de gran arraigo popular, en la que participaban por igual nobles y plebeyos; la alta clase se reservaba el farisaico menester de desfilar con sus terciopelos, mostrando sus pies descalzos, ante las imágenes, dejando a sus "inferiores" el flagelo y la pesada carga de portar los pasos y las cruces. Sin embargo en las últimas décadas, el portar una imagen no es ya una tarea servil sino un honor.
A pesar de toda esta historia, el sentido religioso se ha mantenido intacto. Esta semana es un periodo de oración, no lo olvidemos, mucho menos los creyentes, y acerquémonos a la iglesia a participar de los Oficios de Jueves, Viernes y Sábado Santo. Por esta razón sigue habiendo algo de contradictorio en declararse ateo o agnóstico y, al mismo tiempo, cofrade. No seré yo quien lo critique, pero algo de creyente si tendrán estas personas si viven con intensidad esta celebración.
Sin embargo, aceptemos que ambos conceptos (no creyente y cofrade) no son incompatibles y preguntémonos cómo alguien que no cree puede emocionarse de tal manera al paso de un desfile de Semana Santa. Algunos dirán que es por la belleza de las imágenes, pero yo no he visto todavía a nadie (además de los eruditos del arte) llorar ante las obras de Velazquez o de Goya. Luego podemos descartar esta tesis. Otra respuesta podría ser la música. Como músico que soy, poco puedo argumentar nada en contra, pues yo mismo he llorado ante las obras de Bach o de Wagner, mas no creo que un no iniciado en tan bello arte pueda llegar a sentir con plenitud esa sensación de transporte al entender en gran parte qué quiso el compositor expresar, Así que descartemos esta premisa también.
Para responder, recurriré a mi poemario (descargalo GRATIS aquí) otra vez, esta vez a la introducción:
"Muchas veces me preguntan por qué me gusta tanto la Semana Santa si solo es un fiesta, una celebración que para algunos tiene poco sentido. Yo suelo contestar que es lo que he vivido desde niño, una parte más de mi vida y de mi mismo que está ahí desde que tengo uso de razón o incluso antes. Sin embargo, es algo mucho más profundo e irracional, como el amor que enamora a los enamorados. Me fascina toda la situación: la música envolvente, el viento frio de la noche rozando las aterciopeladas galas ondeantes y el sol de primera hora de la mañana acariciando la piel de la efigie de Uno que amó hasta el extremo, el aroma a incienso, lluvia, torta de pan dormido, palma y mil flores, las inigualables tallas, el sutil vaivén de los tronos... Pero todo esto es, al fin y al cabo, secundario, la verdadera razón, si es que realmente existe tal concepto en temas del corazón, es que en esa Bendita Semana me siento más cercano al Cielo que nunca."
En conclusión, lo acepte o no, todo cofrade tiene algo de creyente, aunque sea muy poco, en su interior. Por lo tanto, no olvidemos el importante simbolismo que contiene esta Sagrada Fiesta y acerquémonos todos al altar durante la Celebración del Jueves Santo y demos gracias a Dios por todo lo que nos ha dado, incluyendo a su Hijo, sin el cual no tendríamos Semana Santa.
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