Volvemos un día más con la quinta entrega de la serie que venimos realizando desde mayo.
______________________________________________________
MIRARÁN AL QUE TRASPASARON: LOS CRUCIFICADOS DE CIEZA
V. "Tengo Sed"
Cuando el mediodía del Viernes Santo ciezano se acerca, el luminoso claroscuro de la calle Cánovas del Castillo acoge unas interminables filas de túnicas negras, negras como la noche del Jueves Santo en la que acompañaron a su Cristo titular. Ahora hacen penitencia con la última incorporación de su cofradía, uno de los primeros pasos de la época dorada que vivimos en los últimos años, un imponente Cristo que abre la serie de crucificados de esta dolorosa mañana. Quizás sea porque la novedad ha desplazado el centro de atención hacia otros pasos más recientes pero Jesús en el Calvario pasa un poco desapercibido cuando en su momento fue una de las grandes incorporaciones a la Semana Santa. Hernández Navarro y la Cofradía del Stmo. Cristo de la Agonía nos presentan un grupo escultórico con dos únicos personajes: el Cristo de la Sed y un sayón que le ofrece hiel y vinagre. En un primer vistazo, cualquiera diría que simplemente es eso, un Señor sediento y un hombre que le da de beber amargura para burlarse; sin embargo, hay mucho más que eso entre esas dos imágenes. Los ojos de Jesús se dirigen en línea recta hasta los de su verdugo y, aunque sus labios se entreabren en el humano intento de saciar la sed de un cuerpo cansado y torturado, sus ojos, ventanales abiertos del alma, rebelan una fuerza penetrante. No es ira ni resentimiento lo que de ellos mana sino misericordia, ternura y redención y, al mismo tiempo,un dulce reproche tiznado de un punto de decepción. La mirada del sayón, que en un principio se nos antojaba burlona y cruel, se cambia por una de vergüenza, arrepentimiento y remordimiento.
El Misterio redentor se hace plenamente patente en esta muda conversación. Dios encarnado nos mira desde lo alto de su Cruz y nos enseña a perdonarnos con su ejemplo por delante, sin sermones vacíos ni palabras huecas. Con su mansedumbre de espíritu, incluso en su agonía nos mira con cariño, con esos ojos enamorados que solo el amor llevado hasta el extremo puede conseguir. Nosotros, sus hijos, representados en el sayón, recibimos ese cariñoso reproche que nos hace vernos pecadores, alzando la mano y la voz en contra de nuestro hermano, en contra de nuestro Señor, Esa mirada solo puede durar unos segundos pues, arrepentidos y avergonzados lo único que podemos hacer es bajar la cabeza y llorar pidiendo un perdón que no merecemos y que ya hemos recibido de esos mismos ojos que nos han mostrado nuestra culpa.
Es probable que estas reflexiones no hubieran nacido en mi pensamiento si la Casa de los Santos no estuviera en obras, obligando a desalojarla y si, por un casual del destino la cofradía no hubiera decidido colocarlo a pie de suelo en la capilla junto a su titular y a su madre de la Piedad. Mi primer pensamiento al verlo allí junto al impresionante Cristo de la Agonía fue el fresco vaticano de "La Escuela de Atenas" con Platón apuntando hacia el cielo y el Mundo de las Ideas y su discípulo Aristóteles mirando hacia el mundo real. De la misma manera, ambos Cristos reflejan la doble naturaleza de Cristo: divino Hijo de Dios bajado del Cielo y que nos enseña el camino al paraiso, abriendo el sendero con su sacrificio. Y, a un mismo tiempo, Hombre, hermano nuestro que nos enseña a perdonar y a amar hasta el extremo con su ejemplo, muriendo por nosotros. Ambas imagenes reflejan no solo el eje principal de la mayor historia jamás contada, sino la mayor historia de Amor jamás contada, una historia de amor que transciende culturas, tiempo y espacio, una historia eterna. Alguien podrá decir que tan solo es una historia, un cuento tan real como los sueños. A esto yo respondo que, en el fondo, no importa si ocurrió realmente hace 2000 años o no, lo realmente importante es que nos sirva de ejemplo para poner el amor al prójimo por delante de todo, incluso de nosotros mismos. Si esta historia no influye en nosotros y la dejamos pasar como quien lee el periodico de nada sirve que ocurriera, pero si nos ayuda a ser mejores, valdrá mucho más que cualquier hecho real. Yo, aun así, seguiré creyendo que Dios mismo se encarno y murió por nosotros para salvarnos.
Cuando el mediodía del Viernes Santo ciezano se acerca, el luminoso claroscuro de la calle Cánovas del Castillo acoge unas interminables filas de túnicas negras, negras como la noche del Jueves Santo en la que acompañaron a su Cristo titular. Ahora hacen penitencia con la última incorporación de su cofradía, uno de los primeros pasos de la época dorada que vivimos en los últimos años, un imponente Cristo que abre la serie de crucificados de esta dolorosa mañana. Quizás sea porque la novedad ha desplazado el centro de atención hacia otros pasos más recientes pero Jesús en el Calvario pasa un poco desapercibido cuando en su momento fue una de las grandes incorporaciones a la Semana Santa. Hernández Navarro y la Cofradía del Stmo. Cristo de la Agonía nos presentan un grupo escultórico con dos únicos personajes: el Cristo de la Sed y un sayón que le ofrece hiel y vinagre. En un primer vistazo, cualquiera diría que simplemente es eso, un Señor sediento y un hombre que le da de beber amargura para burlarse; sin embargo, hay mucho más que eso entre esas dos imágenes. Los ojos de Jesús se dirigen en línea recta hasta los de su verdugo y, aunque sus labios se entreabren en el humano intento de saciar la sed de un cuerpo cansado y torturado, sus ojos, ventanales abiertos del alma, rebelan una fuerza penetrante. No es ira ni resentimiento lo que de ellos mana sino misericordia, ternura y redención y, al mismo tiempo,un dulce reproche tiznado de un punto de decepción. La mirada del sayón, que en un principio se nos antojaba burlona y cruel, se cambia por una de vergüenza, arrepentimiento y remordimiento.
El Misterio redentor se hace plenamente patente en esta muda conversación. Dios encarnado nos mira desde lo alto de su Cruz y nos enseña a perdonarnos con su ejemplo por delante, sin sermones vacíos ni palabras huecas. Con su mansedumbre de espíritu, incluso en su agonía nos mira con cariño, con esos ojos enamorados que solo el amor llevado hasta el extremo puede conseguir. Nosotros, sus hijos, representados en el sayón, recibimos ese cariñoso reproche que nos hace vernos pecadores, alzando la mano y la voz en contra de nuestro hermano, en contra de nuestro Señor, Esa mirada solo puede durar unos segundos pues, arrepentidos y avergonzados lo único que podemos hacer es bajar la cabeza y llorar pidiendo un perdón que no merecemos y que ya hemos recibido de esos mismos ojos que nos han mostrado nuestra culpa.
Es probable que estas reflexiones no hubieran nacido en mi pensamiento si la Casa de los Santos no estuviera en obras, obligando a desalojarla y si, por un casual del destino la cofradía no hubiera decidido colocarlo a pie de suelo en la capilla junto a su titular y a su madre de la Piedad. Mi primer pensamiento al verlo allí junto al impresionante Cristo de la Agonía fue el fresco vaticano de "La Escuela de Atenas" con Platón apuntando hacia el cielo y el Mundo de las Ideas y su discípulo Aristóteles mirando hacia el mundo real. De la misma manera, ambos Cristos reflejan la doble naturaleza de Cristo: divino Hijo de Dios bajado del Cielo y que nos enseña el camino al paraiso, abriendo el sendero con su sacrificio. Y, a un mismo tiempo, Hombre, hermano nuestro que nos enseña a perdonar y a amar hasta el extremo con su ejemplo, muriendo por nosotros. Ambas imagenes reflejan no solo el eje principal de la mayor historia jamás contada, sino la mayor historia de Amor jamás contada, una historia de amor que transciende culturas, tiempo y espacio, una historia eterna. Alguien podrá decir que tan solo es una historia, un cuento tan real como los sueños. A esto yo respondo que, en el fondo, no importa si ocurrió realmente hace 2000 años o no, lo realmente importante es que nos sirva de ejemplo para poner el amor al prójimo por delante de todo, incluso de nosotros mismos. Si esta historia no influye en nosotros y la dejamos pasar como quien lee el periodico de nada sirve que ocurriera, pero si nos ayuda a ser mejores, valdrá mucho más que cualquier hecho real. Yo, aun así, seguiré creyendo que Dios mismo se encarno y murió por nosotros para salvarnos.
"Señor, dame sed,
sed de perdón,
sed de amor,
sed de vida,
y dame el agua que
sacie mi sed."
Comentarios
Publicar un comentario