Por fín terminamos hoy con esta serie que comenzáramos allá por el mes de mayo. Durante este tiempo nos han acompañado los diferentes Cristos crucificados que desfilan por nuestras calles entre el Viernes de Dolores y el Viernes Santo. Consuelo, Sangre, Agonía, Perdón, Sed, Expiración y ahora Misericordia.
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MIRARÁN AL QUE TRASPASARON: LOS CRUCIFICADOS DE CIEZA
VII. "Mirarán al que traspasaron"
"Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán hueso alguno. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Mirarán al que traspasaron."
Así nos narra San Juan en su Evangelio el tan conocido momento de la Lanzada. Todo se ha cumplido. Cristo ha padecido mil afrentas y escarnios, ha sido coronado de espinas, una caña ha sido su cetro, ha sido azotado y ha cargado con su cruz hasta el Gólgota. Clavado en el madero, ha perdonado a sus verdugos, nos ha entregado a María por Madre, ha bebido vinagre y clamado al cielo desesperado antes de expirar. Ahora, con su pecho atravesado, en su faz no queda rastro de dolor, de sufrimiento, de agonía ni de maltrato. Tan solo queda paz. Sus ojos cerrados nos miran piadosos y nos entregan su Amor y el Perdón fruto de su infinita y divina Misericordia.
Todo es silencio en su retablo, en su recogida capilla de la Iglesia, la más joven de cuantas componen el templo. A pesar de la forzada posición del inerte cuerpo, el rostro se ve tranquilo, libre de sangre, sudores, sufrimientos y espinas. Enmarcadas por el alborotado cabello, sus facciones quedan semiocultas, de manera que nuestros ojos se detengan primero en la sangrante herida del Costado, de la cual manan Sangre y Agua, la divina mezcla del Cáliz de la Eucaristía. Para observar esos ojos cerrados en el sueño redentor hemos de colocarnos junto a sus pies. Embriagados por la quietud, nos encontramos llorando bajo su mirar, apoyando una mano cargada de besos en las llagas de los pies.
Viernes de Dolores, la oscuridad de la Calle de la Hoz engulle a la silenciosa comitiva, una oración en los labios al Cristo de la Misericordia. Tendido va sobre su madero, apoyado en los hombros de todo aquel que quiere acercarse para soportar su dulce peso. "Venid a mí los que estáis cansados que yo os aliviaré, pues mi yugo es suave y mi carga ligera". Resuenan en esta noche, preludio de la Pasión las palabras de Cristo. "El que quiera ser discípulo mío, que carge con su Cruz y me siga." Tantas veces nos insiste el Señor en que cojamos nuestra cruz que el mismo nos da ejemplo cargando con la de todos. En esos días de primavera, nosotros cogemos la suya para recordarnos que somos todos hermanos, que el peso es llevadero si lo llevamos entre todos. ¿Cuántas veces nos negamos a socorrer al necesitado?¿Cuántas nos negamos a aceptar las dificultades de la vida? Es entonces cuando se nos aparece Jesús con la Cruz a cuestas de nuevo, para enseñarnos a diferenciar entre lo correcto y lo facil. Esto es lo que nos enseña el Cristo de la Misericordia esa noche de Viernes de Dolores.
De nuevo es Viernes Santo. De nuevo son dos los que dialogan sobre el trono. Sin embargo, esta vez Jesús no puede mirar a su sayón, pues ya ha muerto, tampoco lo necesita, pues Longino ya ha sido perdonado antes incluso de agarrar la lanza. Sin embargo, el centurión no puede evitar sentirse culpable, avergonzado. "Verdaderamente este era Hijo de Dios". Ha atravesado la piel y la carne del divino Costado, y su expresión, lejos de la burla o de la indiferencia de quien cumple órdenes, refleja angustia y culpabilidad.
No culpemos a Pilatos, ni a los Sacerdotes, ni a Longino, ni a Judas. Ellos, aunque no fueran conscientes formaban parte del plan redentor. No los culpemos, ni los coloquemos en las fauces del Maligno como Dante, pues sin ellos Cristo no hubiera muerto, ni nos habría salvado. Seamos misericordiosos como Jesús, el Cristo de la Misericordia, lo fue.
Todo es silencio en su retablo, en su recogida capilla de la Iglesia, la más joven de cuantas componen el templo. A pesar de la forzada posición del inerte cuerpo, el rostro se ve tranquilo, libre de sangre, sudores, sufrimientos y espinas. Enmarcadas por el alborotado cabello, sus facciones quedan semiocultas, de manera que nuestros ojos se detengan primero en la sangrante herida del Costado, de la cual manan Sangre y Agua, la divina mezcla del Cáliz de la Eucaristía. Para observar esos ojos cerrados en el sueño redentor hemos de colocarnos junto a sus pies. Embriagados por la quietud, nos encontramos llorando bajo su mirar, apoyando una mano cargada de besos en las llagas de los pies.
Viernes de Dolores, la oscuridad de la Calle de la Hoz engulle a la silenciosa comitiva, una oración en los labios al Cristo de la Misericordia. Tendido va sobre su madero, apoyado en los hombros de todo aquel que quiere acercarse para soportar su dulce peso. "Venid a mí los que estáis cansados que yo os aliviaré, pues mi yugo es suave y mi carga ligera". Resuenan en esta noche, preludio de la Pasión las palabras de Cristo. "El que quiera ser discípulo mío, que carge con su Cruz y me siga." Tantas veces nos insiste el Señor en que cojamos nuestra cruz que el mismo nos da ejemplo cargando con la de todos. En esos días de primavera, nosotros cogemos la suya para recordarnos que somos todos hermanos, que el peso es llevadero si lo llevamos entre todos. ¿Cuántas veces nos negamos a socorrer al necesitado?¿Cuántas nos negamos a aceptar las dificultades de la vida? Es entonces cuando se nos aparece Jesús con la Cruz a cuestas de nuevo, para enseñarnos a diferenciar entre lo correcto y lo facil. Esto es lo que nos enseña el Cristo de la Misericordia esa noche de Viernes de Dolores.
De nuevo es Viernes Santo. De nuevo son dos los que dialogan sobre el trono. Sin embargo, esta vez Jesús no puede mirar a su sayón, pues ya ha muerto, tampoco lo necesita, pues Longino ya ha sido perdonado antes incluso de agarrar la lanza. Sin embargo, el centurión no puede evitar sentirse culpable, avergonzado. "Verdaderamente este era Hijo de Dios". Ha atravesado la piel y la carne del divino Costado, y su expresión, lejos de la burla o de la indiferencia de quien cumple órdenes, refleja angustia y culpabilidad.
No culpemos a Pilatos, ni a los Sacerdotes, ni a Longino, ni a Judas. Ellos, aunque no fueran conscientes formaban parte del plan redentor. No los culpemos, ni los coloquemos en las fauces del Maligno como Dante, pues sin ellos Cristo no hubiera muerto, ni nos habría salvado. Seamos misericordiosos como Jesús, el Cristo de la Misericordia, lo fue.
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