Afrontamos ya la última semana antes de la SEMANA y hoy os traigo la última entrada de esa cuaresma. Durante estas semanas hemos hablado de arte y devoción (MATER DOLOROSA), de sentimientos (SENTIRSE ANDERO), hemos recorrido todo lo que significa Semana Santa (¿QUÉ SIGNIFICA "SEMANA SANTA"?) y nos hemos acercado a las imágenes que desde sus capillas nos esperan pacientemente todo el año para enseñarnos un poquito más sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor (UNA IMAGEN VALE MÁS...); además de hablar de música cofrade, sin la cual nuestras procesiones no serían lo mismo. Mater Mea, Mayor Dolor, Saetas del Silencio, Consuelo Gitano, Santo Traslado y Cristo del Perdón ha sido la variada selección musical propuesta para acompañar el camino de la cuaresma, un camino que iniciamos con la publicación del poemario VERSOS COFRADES.
Para cerrar este recorrido os traigo un cuento cofrade escrito en verso hasta la fecha inédito para que reflexionéis.
Nada más, solo invitaros a que tengáis en cuenta que lo que vamos a celebrar son los principales misterios de la religión Católica, recordamos esta semana la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, por eso desde aquí pedimos un poco de respeto hacia estos conceptos, y también hacia los desfiles y los cofrades, y los músicos, los cuales llevan trabajando largos meses para que toda esta celebración suceda, y nunca mejor dicho, como Dios manda.
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CONSUELO DEL ALMA
Dejadme que os cuente
un cuento en verso,
un cuento con el que lloro
cada vez que en él pienso,
un cuento que me contaron
cuando no levantaba un palmo del suelo.
Había una vez
en un pueblo que no recuerdo
un niño que soñaba
con cera y nubes de incienso.
Contaba minuciosamente los días que quedaban,
los contaba como un poseso,
con impaciencia los contaba
igual que yo te cuento esto.
Su medalla la guardaba
y cada noche le daba un beso
a esa estampa de su Cristo
que llevaba colgada al cuello.
Fue su padre quién le enseñó,
igual que a él el abuelo,
a que no olvidara
a su Cristo del Consuelo,
a ese Cristo que es la cumbre
y el colmo de sus anhelos.
Pero llegó un día,
no sé hace cuánto tiempo
que al niño,ya joven, le quitaron,
lo que más quería en el mundo entero.
"No llores" le decían,
"El Señor lo tiene en el Cielo"
y por eso él no creía
y lloraba sin consuelo
y a Él le echaba las culpas
de lo que no tiene remedio.
Y pasaron los años
y se alejó de su pueblo,
no quiso saber nada
de su Cristo nazareno.
La túnica dejó olvidada
y el cíngulo sin dueño,
todo por una sentencia
de la que no tuvo culpa el Cielo.
Pero la medalla la guardaba,
la seguía llevando al cuello,
y, cada noche, frente a la cama,
al Cristo le dedicaba un beso
porque su padre quiso
que no se olvidara de eso.
Una noche, muy cansado,
pasado ya algún tiempo,
al coger la medalla
se encontró en ella un hueco:
ya no estaba ese rostro
al que cada noche daba un beso.
Se había ido como su Padre,
se había ido en silencio,
dejándolo a él desamparado,
sólo y quieto.
Y lloró,y lloró el hombre
recordando de niño el juego
de procesiones con su padre
soñando con cera e incienso.
Y volvió a buscar su túnica
y descalzo salió de nuevo
y, al mirar atrás las filas,
vio en el trono al Consuelo,
vio en la Cruz al Señor,
a Jesús, dolorido y sangriento,
al Señor que clavado
iba por él muriendo.
Y, llorando de nuevo,
vio cumplidos sus anhelos
pues le pareció ver a lo lejos
a Cristo sonriendo
y en el calvario arrodillado
vio a su padre durmiendo
y llevaba la medalla
de su hijo colgada al cuello.
Cuando terminó la procesión,
se acercó al trono corriendo
y encontró entre las flores
a los pies de su Cristo del Consuelo
la medalla que su padre
le colgó de niño al cuello.
Y así acaba la historia,
una historia de amor y consuelo,
una historia que ocurrió
una vez, hace algún tiempo,
en un viejo pueblo
cuyo nombre no recuerdo.
¿Qué fue de ese hombre?
No lo sé, ni quiero,
sólo sé que volvió
que volvió a su ciudad
de improviso y por casualidad
como vuelven los recuerdos
hasta el cálido abrazo
su Santo Cristo del Consuelo.
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