#MAGNAMURCIA - Pasión murciana

Es lugar común en el hablar cofrade murciano comentar en la tarde de Domingo de Ramos que Murcia se convierte en la Jerusalén Huertana. Y el pasado 11 de Noviembre, al salir a la calle la Magna Procesión "Salvados por la Cruz de Cristo", se hizo patente la veracidad de esa expresión. Aquellos que, foráneos de la capital, absortos por nuestras propias procesiones y costumbres, no podemos visitar en esas fechas la Capital del Segura, pudimos vivir en esa tarde lo que se siente en Murcia en los días de la Pasión.

Auroros, estantes y burlas. Sonidos de la añeja huerta murciana que perpetúan la idiosincrasia de una ciudad con hondas raices de pasión. El tañer de las campanas, que marcan el ritmo de los coros populares de auroros se escuchó en el recorrido, esas voces que nos transportan a los días del triduo pascual, le dan al cortejo un aire antiguo y místico, mostrando al mundo que en Murcia no se dejan llevar por modas o tradiciones ajenas, sino que mantienen la esencia de una Semana Santa que es parte tanto de los viejos nobles, mecenas de los artistas, como de los sencillos huertanos, que ofrendaban a Cristo y a su Santa Madre de los Dolores sus cantos, ensalzando las glorias del Dolor que trajo al mundo la Redención. El ronco cantar de los tambores sordos y el estridente sonar de las bocinas, heraldos de la pasión, recordatorios de la penitencia y del dolor de Cristo frente a la sordidez de un mundo que lo condenó, y hoy sigue condenándolo, a muerte. Cristo se pasea sereno por las monumentales calles del centro histórico de Murcia mientras, en los recovecos de la fachada catedralicia, rebotan los ecos de ese triste anuncio de muerte y potente reclamo a la conversión. Y sorda resuena la tarima al golpe de la vara del cabo, marcando el inicio de ese caminar tan característico de los pasos murcianos. Sonido de pies a ritmo desparejo, que llevan en volandas las escenas del misterio salvador de la Muerte y Resurrección mostrandonos a Jesús entrando en Jerusalén, maltratado por judios y romanos, abandonado de sus discípulos, muerto en la Cruz, sepultado y enaltecido en la Gloria de la Resurrección, con su Santa Madre siguiendolo de cerca, transida de dolor al pie de la cruz y gloriosa en la triunfante Ascensión.

La ciudad de Murcia mostró en esa semana lo mejor que tenia para mostar: su Semana Santa, a través de la pintura de sus artistas más contemporáneos y a través de la escultura, desde sus primeros pasos en el intento de representar a Cristo Redentor hasta las últimas muestras de la acción evangelizadora de la imaginería. Salzillo omnipresente, pues a él se le debe lo icónico y canónico del levante español, desde su temprano Cristo del Perdón, presidiendo la exposición de pasos en su retablo de San Antolín, hasta su Cristo de la Buena Muerte (de Santa Clara la Real), último crucificado que pasó por sus manos, pasando por las dos grandes Vírgenes que creó: Angustias al pié de la Cruz, llorando impotente por la muerte de su Hijo Amado, Dolorosa inmortal, la Grande, una de las tres de España, junto con sus hermanas sevillana y vallisoletana. Mas Murcia tiene mucho más que mostrar: el gótico de la Salud, el Barroco de Bussy y del Cristo del Refugio, Los antecedentes y los consecuentes al maestro que elevó a Murcia al olimpo artístico. Y la modernidad de los grandes maestros, tanto los llegados de fuera como los nacidos en las huertas de Espinardo y Aljucer. Espinardo de Planes, el Planes de los yacentes y el Resucitado y Aljucer de González Moreno, quien consiguió dejar atrás la herencia de Salzillo y triunfar en el empeño de conseguir obras capaces de igualarse a las de don Francisco.

Mas Murcia no es solo la Ciudad, pues tiene grandes rincones. La marcialidad Cartagenera, representada en la california cofradía con su Jesús Prendido. La sobriedad de la penitencia Jumillana, donde la noche del Martes Santo, el Cristo de la Vida se pasea en silencio, alumbrado entre humaredas de olivo, recordando las procesiones de antaño, aquellas que se iniciaron con las prédicas de San Vicente Ferrer. La serenidad de Yecla con su Cristico y la grandeza de la desconocida pasión Caravaqueña con su Cristo del Balcón. Y la sobriedad y elegancia del Sepulcro de alhelíes de Santomera. Y, tan cercana a la murciana tradición, Lorquí y su Nazareno, Jesús de la Caida puesto en pié para bendecir a Murcia con su divina diestra. Y entre la marítima Cartagena y la ciudad del Vino, entre el Noroeste de la Cruz caravaqueña y el culmen del Altiplano, remontando el Segura desde el valle de Murcia, al pasar del valle de Ricote se llega a una ciudad entregada a su Pasión, que presta acudió a Murcia con su más insigne devoción, con su elegancia en el andar y su amplio patrimonio musical. Cieza, Perla del Segura, que mostró su forma de ser representada en el Consuelo de su aflicciones, el Santo Cristo del Consuelo.

Murcia de Esperanza y Caridad, Cartagena de Marina y Caravaca del Balcón, Murcia de Dolores y de Salzillo, Murcia de Salud añeja y Sepulcro nuevo, Jumilla de Vida y Cieza de Consuelo, Murcia de Soledad tras el Sepulcro de Santomera, Murcia sierva de las Angustias de María, Murcia gloriosa de Resurrección plena. Murcia de estantes, auroros y burlas, Murcia de anderos, portapasos y saetas, Murcia de Gloria y Penitencia, Murcia de Bandas, Tambores y Cornetas, Murcia Cofrade y Nazarena, que hasta en Noviembre impresiona a cuantos su huertana faz atisban.


CUARESMA OTOÑAL

SPLENDOR CRUCIS

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