Y noviembre transformó Murcia en Jerusalén. Y Murcia volvió a poner el evangelio en sus calles. Predicando, como cada primavera, que Cristo Murió y Resucitó por nuestra Salvación. Murcia, incluso en noviembre, nos recuerda que fuimos salvados, y que aun somos Salvados por la Cruz de Cristo.
San Antolín se tiñó de verde, convirtiendose así en Esperanza, Esperanza en la Salvación, Esperanza en la Resurrección, Esperanza en el día en que San Pedro nos deje entrar, como Cristo en Jerusalén, triunfantemente en el Cielo. Jesús, a lomos de su Burrica, nos muestra el camino de la Salvación, aunque sus apóstoles desconfíen, el nos muestra a niños y mayores que Él es Camino, Verdad y Vida y que, la única forma de llegar a la salvación es cumplir la voluntad del Padre, por dolorosa que sea. Y dolorosa fue para Él que, para salvarnos a nosotros tuvo que padecer, ser abandonado de sus amigos, traicionado por ellos y prendido por aquellos que, como sus padres, no supieron reconocer la palabra de Dios. Cartagena nos muestra el doloroso paso de Cristo de ser el Maestro a ser el Cordero al que llevan atado al altar del sacrificio. Y allí, en San Antolín, Cristo es vejado y humillado, coronado de espinas, vestido de púrpura y con una caña por cetro. En el caravaqueño balcón, el Señor se nos muestra sereno aunque dolorido, dispuesto aun así a morir y entregarse por nosotros y, todavía, presto a sostenernos en nuestras fatigas.
San Pedro, Santa Catalina, San Bartolomé, el Romea, Santo Domingo. Itinerario del camino de Jesús a la Muerte, convirtiéndose Trapería en Calle de la Amargura antes de llegar a la Cruz bajo el Campanario. Por allí camina Cristo, el Señor de la Caida en pié, avanzando desde Lorquí hasta Belluga para bendecirnos a todos por los méritos de su padecimiento. De cerca le siguen aquellos que no lo abandonaron nunca, San Juan, afligido en su juventud, abrumado de tantas penurias, mas siempre dipuesto a caritativamente sostener a la Madre de Jesús, María transida de Dolor, a cuyo paso nadie queda indiferente. Toda Murcia se pone en pié para ver pasar a la Señora de la Pasión Huertana, a la que, durante siglos, ha presidido las alegrías y penurias de nobles y huertanos. El dolor radiante, la hermosura afligida, la rosa del calvario y primer rayo del Viernes Santo, la Dolorosa.
"Se rebajó hasta someterse a la Muerte, y una Muerte de Cruz" Y, en la Plaza de la Cruz, Cristo se humilla, se hace pequeño, se convierte en Cristico de Yecla adorando el madero que a Él le dará Muerte y a nosotros Vida.
Y Belluga se convierte en Calvario, donde Cristo da la Vida, salvándonos por su Cruz, y su Muerte es Salud, Vida y Consuelo. Salud de nuestras almas, que encuentran en Murcia descanso de sus pesares al mirar en San Juan de Dios la tranquilidad con que Cristo se entrega. Vida que nace de la Muerte pues, muriendo el que es la Vida, viven los que estaban atrapados por la Muerte. Cumple así en la Cruz la promesa de entrega hecha con el vino en la cena, y no podía ser otra que la tierra del vino la que nos mostrara tan magno misterio. Y es Cieza la que nos muestra la Cruz radiante, convertida en signo de triunfo al morir en ella el Consuelo dulce del Corazón, la Grata Esperanza del que lo invoca, la Prenda Segura de Salvación.
Y es allí, en ese calvario, donde Salzillo nos vuelve a mostrar el dolor de María. Ahora no está sola, pues en su regazo yace el fruto de sus entrañas, durmiendo tan plácidamente como aquella noche en belén, ambas sabiendo que cumplía con la voluntad del Padre. Mas, para Ella, no es lo mismo. Aquella noche, en Belén, veía el cumplimiento de la promesa hecha por el ángel, esa noche, en Jerusalén, ve cumplida la profecía de Simeón, traspasándose su alma por una espada de dolor.
Ya entrada la noche, quienes en vida del Maestro no tuvieron valor de mostrarse como discípulos suyos, con gesto de impotencia, se apiadan de la pobre María y de su difunto hijo y recogen el cuerpo para llevarlo a sepultar. Con las miradas perdidas mientras lo depositan en la fria losa, José de Arimatea y Nicodemo piensan en si podrían haber cambiado algo de todo lo ocurrido si hubieran sido valientes de confesar su fe en el Mesías. María Magdalena limpia de nuevo con sus lágrimas los pies del Maestro, ungiéndolo, como en Betania, con el perfume de su amor, anhelando en lo más hondo de su ser que se cumpliera aquello que en vida dijo. Y María. González Moreno nos la muestra dándole la Espalda al mundo exterior, casi cayendo desmayada, buscando nuestro apoyo con una mano mientras, con la otra, busca por última vez una caricia de su Niño. Frente a ella, sobrepasado por la situación, el joven San Juan se siente descolocado, sostiene un brazo de aquel a quien siguió incondicionalmente, de aquel sobre cuyo regazo se recostó. Él les había dado promesas de Vida Eterna y ha muerto ¿Qué hacer? Al mismo tiempo, en su juventud no es capaz de consolar a María, cuyo cuidado le había encargado Cristo. ¡Cuanto dolor e impotencia en una sola mirada!
De regreso a San Antolín, el aroma a alhelíes santomeranos nos recuerda que la Muerte no es el Final y que Cristo, encerrado en el Sagrario del Sepulcro, aguarda paciente a y que, aunque María llore en Soledad, vestida de luto, también va ataviada de gloria pues, tras ella, el Ángel nos anuncia la Buena Noticia. El Madero transmutado en claveles se alza victorioso para pregonarnos sobre el sepulcro que Cristo ha vencido a la Muerte, que la oscuridad de la noche da paso al brillante sol de la Nueva Mañana y Cristo, nuevo amanecer, nos es mostrado por Planes dejando el sepulcro vacío, derribando a los terrenales poderes y ensalzado por los celestiales.
Y así, en Noviembre, Murcia, Jerusalén Huertana, nos vuelve a anunciar que Cristo Murió por nuestros pecados y de ellos, por su Santa Cruz y su Gloriosa Resurreccióin, hemos sido Salvados.
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