Por Antonio Jesús Hernández Alba
Es sábado 14 de marzo, el tercero de la cuaresma y hace un día magnífico. El sol calienta, corre una levísima y agradable brisa y no se ve ni una sola nube en el cielo pre-primaveral de Cieza. Entonces, si hace un día tan bueno y estamos en el tiempo de nuestros sueños… ¿por qué estoy llorando, encerrado en mi habitación? Creía que ya tenía asumido que este año la Semana Santa ha acabado antes siquiera de que la Virgen de Gracia abriera las calles. Ya decía yo que la veía más triste de lo normal hace unos meses cuando la despedíamos bajo el arco de las Clarisas al terminar los rosarios. Sabía que le tocaba esperar una buena temporada hasta volver a pisar nuestras aceras.
Creía que ya lo tenía asumido, que ya me estaba haciendo a la idea de que, por seguridad y salud, este año los cofrades tendremos que hacer el sacrificio de no soñar despiertos entre incienso y terciopelo. Pero es imposible. Cuando la Semana Santa es tan parte de ti que hasta te duele, no puedes aceptar sin más que te hayan quitado de un plumazo aquello con lo que sueñas desde hace más de un año, con aquello que ocupa buena parte de tus sueños desde que tienes memoria.
Pero el Coronavirus no tiene realmente culpa de que yo esté llorando emocionado en esta tarde que tendría que ser de alegría cofrade y sobriedad cuaresmal. La única culpa la tengo yo, que no se me ocurre otra cosa que ponerme a escuchar marchas y a ojear “El Anda” de 2019 para matar el tiempo de reclusión. Precisamente estaba leyendo el artículo dedicado a Pepe Trueno, uno de esos grandes hombres que dejaron huella en nuestra Semana Santa, cuando me he puesto a reflexionar y a llorar.
Es muy curioso, me he dicho a mí mismo, que los grandes nombres inscritos en la historia de nuestras procesiones tienen por lo general una cosa en común: nunca buscaron la gloria personal, siempre buscaron la de su Semana Santa, aun a costa de sudor, trabajo y disgustos. Fueron personas que trasnocharon, madrugaron y sufrieron durante toda su vida con el único fin de sacar adelante, año tras año, nuestra Fiesta Mayor, sin pararse a pensar que no trabajaban sólo para eso, sino que lo hacían de cara a la historia y a la memoria de nuestro pueblo. Por eso, cuando recibieron, más tarde o más temprano, sus merecidos reconocimientos dentro de sus cofradías o de manos del presidente de la Junta de Hermandades, siempre se sorprenden porque no se hacen a sí mismos superiores o destacables sobre el resto de los procesionistas de la Perla del Segura. Ellos creyeron que su deber era trabajar por lo que es suyo y nuestro y lo hicieron sin esperar nada a cambio más que la satisfacción de salir cada año vestidos de terciopelo como un andero o un penitente más.
Cuando las páginas de “El Anda” recoge, ya sea en forma de entrevista o en forma de homenaje póstumo, sus andanzas semanasanteras, suele haber frases comunes. Todos formaban parte de un grupo de amigos que conocieron en las inmediaciones de un trono, todos dedicaban buena parte de sus ratos libres a ojear revistas, a mirar fotos, a rallar casetes y cd’s de marchas y/o a charlar con sus amigos sobre cofradías.
Es esto último lo que verdaderamente me ha emocionado. Ver que nosotros, los jóvenes de la Semana Santa de Cieza, no hacemos nada que nuestros predecesores no hubieran hecho ya. Y eso es bueno, significa que estamos en el buen camino y que es nuestro momento. El momento de nuestros padres, la época de Pepe Trueno, de Antonio Galindo, de Diego Peperre, de Fulgencio Serra y otra larga letanía de nombres ya pasó, la era de Rafa Salmerón, de Manolo Pérez, de Antonio Lucas, de Paco Penalva y de otros muchísimos semanasanteros que aún siguen en activo ya está pasando. Nuestro momento está empezando ya y los jóvenes, los que acaban de salir del tercio infantil, los que desde hace poco somos ya directivos, los que apenas han llegado a la mayoría de edad y sólo sueñan con salir de anderos, debemos aportar nuestros nombres y nuestro trabajo para perpetuar esta tradición secular. Cada uno debemos seguir nuestro camino, aportar aquello que podamos, siempre con una sonrisa y dando lo mejor de cada uno. Y lo debemos hacer siguiendo el ejemplo de todos los que estuvieron antes que nosotros, sin pensar en nuestra gloria personal y sabiendo que no estamos trabajando sólo para ahora, sino de cara a la historia.
Quizás, y sólo quizás, si trabajamos así, dentro de 30 o 50 años los nombres que aparecerán en el Anda serán los nuestros. Entonces sabremos que hemos cumplido nuestra labor y que podemos dejar nuestra Semana Santa en manos de una nueva hornada de semanasanteros, con ideas nuevas y acordes con los tiempos que les toque vivir, pero con el mismo sentir en sus venas.
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