Reflexión Dominical: Solemnidad de la Ascensión

Por Pablo Moreno Gómez
Conclusión del Santo Evangelio según San Mateo (28,16-20):

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

Palabra del Señor

Este domingo llegamos a la celebración de la solemnidad de la Ascensión. Tras 40 días apareciéndose a los discípulos y las gentes después de su Resurrección, Jesús asciende, se eleva al cielo, a la Casa del Padre, para que pueda venir el «Espíritu de la verdad», la tercera persona de la Trinidad, por el cual, la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo, realiza su obrar en este mundo. 

En el Evangelio de hoy vemos como los once discípulos, los Apóstoles (menos Judas Iscariote), llegan a Galilea. En el domingo de Resurrección, Jesús le dice a la Magdalena que sus discípulos vayan a Galilea que allí le verán. Después de ser bautizado en el Jordán, y pasar los cuarenta días en el desierto, la fuerza del Espíritu guía a Jesús hasta Galilea, es allí donde comienza su obra, donde comienza a predicar la noticia de que está cerca el Reino de los cielos, además Nazaret de Galilea era el pueblo donde se había criado. Por esto, Galilea adquiere esa importancia después de la Resurrección. 

Y es allí, estando en el monte que él les había indicado (el monte bíblicamente tiene el significado de encuentro del hombre con Dios) donde les dice: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Comienza la misión de la Iglesia, la labor de todo aquel que sigue a Cristo: hacer discípulos a toda persona, sin hacer distinción, por eso dice “a todos los pueblos”, sin importar la condición de cada persona… Pero añade después “enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.” Es decir: bautizar, hacer discípulos, hacer que la gente conozca a Dios. Pero una vez que abracen la fe han de guardar los mandatos establecidos, se ha de guardar la Voluntad de Dios, por difícil que parezca por encima de cualquier circunstancia y persona. Esto es lo más hermoso del mensaje de Cristo, que es un mensaje universal, al alcance de todos y para todos, buscando en todo momento la felicidad del hombre, esa felicidad que solo se puede lograr estando en conexión con Dios. Esa sensación de LIBERTAD de saber que todo está en su mano y que tú eres un instrumento más a su servicio para cumplir con su Palabra “hacer discípulos a todos los pueblos”. 

Y al final, una Palabra de aliento y esperanza “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.” Nos manda a la misión, a llevar a todas las gentes su Palabra, la Buena Noticia del Evangelio, pero sabiendo que su presencia está con nosotros. No es un jefe tirano que manda el “trabajo sucio” a sus empleados, sino que se pone a la cabeza (Cristo cabeza de la Iglesia). Él fue el que murió en la cruz, él fue el humillado, el azotado, el golpeado… Tú solo tienes que anunciar esa noticia, pero no esa noticia de dolor, sino esa noticia de alegría ¡La muerte ha sido vencida porque Cristo ha resucitado! 

Hermanos, proclamemos la noticia sin descanso, llevemos el mensaje de Jesús a todas las naciones, pues la obra de Dios, no se hace en vano, sino que su Reino perdura por los siglos y su promesa es eterna.

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