Por Pablo Moreno Gómez
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Palabra del Señor
Queridos hermanos, en Cristo Jesús. Paz y bien a todos.
Este domingo coincide con la Solemnidad de Todos los Santos. En este día la Iglesia conmemora a todos aquellos hermanos que gozan ya de la presencia de Dios, es decir, en este día conmemoramos a la Iglesia celestial. No solo los santos proclamados como tales por la Iglesia, sino también las personas que tras haber purgado los pecados ya en este mundo, ya en el Purgatorio, han entrado a la presencia de Dios por vivir las virtudes evangélicas y llevar una vida de acuerdo con la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia.
La Palabra que la Iglesia proclama en esta Solemnidad no es otra que las Bienaventuranzas. Marcando un poco el contexto, Jesús después de llamar a los Apóstoles comienza a anunciar la llegada del Reino de Dios, y dentro de este contexto del anuncio del Reino de Dios, Jesús proclama las Bienaventuranzas, que no son otra cosa sino aquellas aptitudes por las cuales el hombre puede llegar a formar parte del Reino anunciado por Jesús.
A los ojos del mundo, este mensaje puede llegar a ser hasta un escándalo, un Reino que antepone a los que sufren, a los que viven libre de dolor; que ante pone a los pobres, que a los ricos; un Reino que prefiere a aquellos que viven en la injustica social, que a aquellos que se creen que son la justicia del mundo.
Cristo nos invita en este domingo a este abajamiento, a esta humillación para ganar el Reino que no perece, un Reino que no pasa, que no marchita. Nos preocupamos por ser grandes a los ojos de este mundo, pero nos olvidamos de que, aunque vivimos en este mundo, no somos de este mundo, no pertenecemos a este mundo, nuestro Reino está en los cielos; nuestra vida es la eterna, nuestro destino el cielo, estar con Dios.
Hemos de tener en cuenta, como proclama la segunda lectura que somos hijos de Dios. Dios ama tanto al hombre que nos regala su paternidad para con nosotros. Pues hermanos, tomemos conciencia de esta gracia, de esta bendición que es tener a todo un Dios como Padre, que nos cuida, nos guía, nos levanta en los momentos que no podemos más, que es el sustento de nuestra alma, y con infinita misericordia nos salva de nuestro pecado.
En definitiva, luchemos con todo nuestro empeño por conseguir una morada en el Reino que no pasa, en la casa del Padre donde seremos plenamente felices, seremos bienaventurados pues de nosotros es el Reino de los Cielos. No tengamos miedo del dolor, del sufrimiento, pues puesto este en Dios es capaz de transformarlo en paz, de transformarlo en algo bueno para nuestra alma. No es un sufrimiento masoquista, es un sufrimiento que nos purifica, que nos ayuda a crecer y ganar el Cielo.
Hermanos, estemos abiertos a la acción del Espíritu, pues el Padre nos espera con Amor inefable en el Reino eterno, donde con todos los santos que él están ya podremos alabarlo y adorarlos por los siglos de los siglos.
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