Sucedió un 15 de Marzo

Por Antonio Jesús Hernández Alba

Sucedió un 15 de marzo, hace ya algún tiempo, que nuestra tierra se encontraba en una delicada situación, las vidas de muchos ciezanos peligraban, así como su sustento y su integridad. Las circunstancias no daban pie a muchas esperanzas. Pero la esperanza, como dice el refrán, es lo último que se pierde. Sucedió aquel 15 de marzo que la vida dió un vuelco, uno de esos tantos reveses y vueltas que da de forma caprichosa. Lo que sucedió aquel 15 de marzo cambió para siempre la historia de Cieza y de su forma de vivir la fe y la devoción. 

Con este primer párrafo muchos habrán pensado que voy a hablar de aquel 15 de marzo de 2020 en que comenzaba el confinamiento, marcando el punto álgido del estallido de la Pandemia. Pero no es el caso. El 15 de marzo del que voy a hablar hay que buscarlo un poco más atrás en el tiempo, en el año 1805 concretamente. Aquel 15 de marzo era viernes de Cuaresma y la situación en Cieza no era nada buena. Cieza ha sido históricamente una población cuyo principal sustento es la huerta. Ciezanos de todas las épocas se han dejado la piel en nuestros campos para sacar adelante a sus famílias. A pesar de su trabajo, en 1805 vino una sequía muy dura, una sequía que ya se arrastraba desde 1800 y que dejaba en una situación muy precaria a buena parte de la población local. Pero, aquel viernes 15 de marzo de 1805, según cuentan las crónicas, la situación cambió milagrosamente.

Dos días antes se había producido un acontecimiento un tanto insólito. Como ya ocurriera durante la sequía del año 1800, sin saber a dónde acudir ni a qué santo rezar para que prosperasen los cultivos, un caballero de la Villa instó a que se trajera en rogativa al Cristo Crucificado que se veneraba en una ermita extramuros de la población, una ermita cuya titularidad recaía en la Patrona de Cieza: la Virgen del Buen Suceso. A ese Cristo, conocido entonces como "del Calvario", lo trajeron en procesión hasta la Parroquial de la Asunción. Acudieron a aquel extraordinario evento cientos de ciezanos, precedidos por el Concejo en pleno, y una nutrida representación del clero, tanto de los sacerdotes de la localidad como de los frailes y monjas de San Joaquín y las Claras. Fue todo un acontecimiento aquella traida extraordinaria.

Aquella procesión salía el 13 de marzo de la Ermita para llegar a la Asunción, donde comenzarían los rezos para pedir la intercesión de ese Cristo del Calvario. Al segundo día de rogativas, ese viernes 15 de marzo, comenzó repentínamente a llover, obrandose el milagro para consuelo de muchos ciezanos. Tal fue el fervor popular que aquella lluvia despertó que el crucificado perdió su advocación del Calvario y pasó a ser el Cristo del Consuelo. 

Fuera de verdad un milagro de la Providencia o no, lo cierto es que aquel 15 de marzo cambió muchas cosas. Aquel día comenzó definitivamente la historia de amor entre Cieza y su Consuelo. Las limosnas y donaciones para el Cristo se multiplicaron en ese año. Al año siguiente, en 1806, el sacerdote Domingo Morata escribió un novenario para el Santo Cristo. Incluso se le buscó un hueco a esta devoción en las fiestas patronales de San Bartolomé. Poco a poco, esa creciente devoción llegó a eclipsar a cuantas otras devociones atesoraban los ciezanos. Y esta devoción llega prácticamente intacta hasta nuestros días, mientras otras de aquellas pretéritas advocaciones se han visto relegadas con el paso de los años a un segundo plano o incluso han llegado a desaparecer.

Lo que sucedió aquel 15 de marzo no fue sólo la salvación de las cosechas de la temporada. Aquel 15 de marzo Cieza se enamoró de su Santo Cristo del Consuelo.

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