DOMINGO DE RAMOS: La hora llegó.
Suena el despertador, me levanto y comienzo con el cotidiano ritual de cada mañana, pero no es una mañana cualquiera. Es domingo de Ramos. Bajo a escuchar misa a la Asunción. En el evangelio de hoy los lectores y el sacerdote nos relatan lo que ya ocurrió y lo que va a ocurrir esta semana. Jesús celebra la pascua, es prendido y juzgado, carga con la Cruz, muere y es sepultado. Recojo un ramo de olivo y vuelvo a casa para buscar la cámara. Allí un revuelo de túnicas negras se hace presente, mis primos, mi hermano y mi madre, todos listos para, cuando pase la procesión engancharse a ella. Sólo es un ejemplo de lo que ocurre esta mañana en tantas casas.
Calle Cartas, un bosque dorado de palmas se alza sobre un mar morado dormi que, poco a poco va fluyendo hacia la Plaza Mayor. ¡Cling! ¡Cling! Suenan “Los Dormis” y la palma de San Juan comienza a mecerse con ese ritmo que solo los Dormis saben llevar. Bajo la puerta de la cas dormijosa ya camina Jesús montado en su “Burrica”. La Plaza Mayor está alfombrada de terciopelo multicolor sobre el que nace una selva dorada, un vergel de palmas a la espera de que don Antonio las bendiga.
Cieza se viste de Semana Santa. Una alfombra infinita de nazarenos recorre ya el paseo cuando la Burrica apenas ha doblado la esquina de “La Cañeta”. El sol comienza a cobrar fuerza, sacando sudores a más de uno. Pero nuestra alegría, fe y determinación son más poderosas que este calor. Jesús entra triunfalmente en la Jerusalem ciezana. Esquina del Convento, Paseo, Buen Suceso, Plaza de España; todas han esperado durante meses este momento, el instante en que el rostro que Carrillo talló alce la mano para bendecirlas. Angostos, Tercia, Santo Cristo, San Pedro. La gente se agolpa en sus aceras para ver pasar al Señor, a quien han acompañado durante esta mañana. La calle Cartas está llena, la cochera dormi abierta y la Burrica bailando a sus puertas. La Semana Santa ha llegado.
El mediodía avanza hacia las seis de la tarde, los jóvenes celebran este día a su manera a los pies de una ermita cuyas rejas vuelven a abrirse por primera vez desde el año pasado. Los bancos de la iglesia están apartados y el recién restaurado trono luce entre flores y ángeles un Cristo en una nueva cruz de refulgente oro. Dos tañidos de campana y la torre empieza a doblar, un redoble de caja marca el comienzo del Himno Nacional. El sol ilumina el rostro de nuestro Cristo Bendito. El sudario se riza entre vivas al amparo de la Cumbre Airosa y, a paso ligero, avanza ya hacia la cuesta. El Santo Cristo del Consuelo baila en la plaza de su ermita y, antes de salir de ella, se vuelve para saludar a sus monjicas, sus hijas fervorosas que todos los días del año lo guardan y custodian. Al llegar al Camino de Madrid, refrena su paso orlado por todo un pueblo, un mar de gente que se encauza en la calle cadenas llevando al Cristo a desembocar, a través de la calle San Pedro, en la Plaza Mayor. Gira ante la puerta y saluda a todo el pueblo congregado ante la fachada. Vuelve a sonar el himno y entra. Dos toques de campana y el órgano empieza a cantar el “Cristo Bendito” hasta reposar finalmente en el altar mayor.
Suena el despertador, me levanto y comienzo con el cotidiano ritual de cada mañana, pero no es una mañana cualquiera. Es domingo de Ramos. Bajo a escuchar misa a la Asunción. En el evangelio de hoy los lectores y el sacerdote nos relatan lo que ya ocurrió y lo que va a ocurrir esta semana. Jesús celebra la pascua, es prendido y juzgado, carga con la Cruz, muere y es sepultado. Recojo un ramo de olivo y vuelvo a casa para buscar la cámara. Allí un revuelo de túnicas negras se hace presente, mis primos, mi hermano y mi madre, todos listos para, cuando pase la procesión engancharse a ella. Sólo es un ejemplo de lo que ocurre esta mañana en tantas casas.
Calle Cartas, un bosque dorado de palmas se alza sobre un mar morado dormi que, poco a poco va fluyendo hacia la Plaza Mayor. ¡Cling! ¡Cling! Suenan “Los Dormis” y la palma de San Juan comienza a mecerse con ese ritmo que solo los Dormis saben llevar. Bajo la puerta de la cas dormijosa ya camina Jesús montado en su “Burrica”. La Plaza Mayor está alfombrada de terciopelo multicolor sobre el que nace una selva dorada, un vergel de palmas a la espera de que don Antonio las bendiga.
Cieza se viste de Semana Santa. Una alfombra infinita de nazarenos recorre ya el paseo cuando la Burrica apenas ha doblado la esquina de “La Cañeta”. El sol comienza a cobrar fuerza, sacando sudores a más de uno. Pero nuestra alegría, fe y determinación son más poderosas que este calor. Jesús entra triunfalmente en la Jerusalem ciezana. Esquina del Convento, Paseo, Buen Suceso, Plaza de España; todas han esperado durante meses este momento, el instante en que el rostro que Carrillo talló alce la mano para bendecirlas. Angostos, Tercia, Santo Cristo, San Pedro. La gente se agolpa en sus aceras para ver pasar al Señor, a quien han acompañado durante esta mañana. La calle Cartas está llena, la cochera dormi abierta y la Burrica bailando a sus puertas. La Semana Santa ha llegado.
El mediodía avanza hacia las seis de la tarde, los jóvenes celebran este día a su manera a los pies de una ermita cuyas rejas vuelven a abrirse por primera vez desde el año pasado. Los bancos de la iglesia están apartados y el recién restaurado trono luce entre flores y ángeles un Cristo en una nueva cruz de refulgente oro. Dos tañidos de campana y la torre empieza a doblar, un redoble de caja marca el comienzo del Himno Nacional. El sol ilumina el rostro de nuestro Cristo Bendito. El sudario se riza entre vivas al amparo de la Cumbre Airosa y, a paso ligero, avanza ya hacia la cuesta. El Santo Cristo del Consuelo baila en la plaza de su ermita y, antes de salir de ella, se vuelve para saludar a sus monjicas, sus hijas fervorosas que todos los días del año lo guardan y custodian. Al llegar al Camino de Madrid, refrena su paso orlado por todo un pueblo, un mar de gente que se encauza en la calle cadenas llevando al Cristo a desembocar, a través de la calle San Pedro, en la Plaza Mayor. Gira ante la puerta y saluda a todo el pueblo congregado ante la fachada. Vuelve a sonar el himno y entra. Dos toques de campana y el órgano empieza a cantar el “Cristo Bendito” hasta reposar finalmente en el altar mayor.
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