En el recuerdo... Jueves Santo

JUEVES SANTO: Solemnidad y Silencio.

Cuando el día empieza a menguar y la tarde florece, comienza en plenitud el cenit de la Semana Santa. Jueves Santo. Como buen cristiano, me dirijo a participar de los Oficios, la Celebración de la Cena del Señor; aunque este año la vivo de una forma especial, como “organista” en el Convento, acompañado de un coro compuesto por familia y feligreses de San Joaquín. Entre incienso y música transcurre la Eucaristía más importante de todo el año. Cuando el silencio que sigue a la procesión hasta el Monumento ya reina, recojo mis papeles y partituras y me dirijo hacia la calle Diego Tortosa. Ya armado con mi cámara, veo pasar las más de cincuenta filas de manolas que acompañan a la bella imagen de las claras, la Virgen de Gracia y Esperanza.

Las calles están este año mucho más llenas de ansiosos espectadores que en pasados años, los flashes se ven en más esquinas y en más cantidad, sin embargo, el delicado caminar de los tronos, el sutil mecer del palio de la Virgen de Gracia no cambian. Mientras se acerca hacia la calle del Barco, las manolas ya se encuadran perfilando la entrada a su casa. En la calle Diego Tortosa no cabe un suspiro, con Caridad del Guadalquivir se acerca María a su Cruz Guía y su estandarte. EL trono se arrodilla y lentamente va penetrando en la casa de su hermandad. Con un poema, Ntra. Sra. De Gracia y Esperanza se despide un Jueves Santo más de sus hijos, los Hijos de María.

Son casi las doce de la noche, el Viernes Santo está a punto de comenzar, mas no todo es tranquilidad. La Iglesia de la Asunción tiene a sus puertas una multitud impaciente, sus paredes albergan un bullicio de miradas que confluyen en la marmórea capilla donde nace un bosque de cipreses negros, una cordillera de capuces en torno a una cruz plana que sostiene a un Cristo agonizante. Desde el ambón, d. Antonio Muñoz nos invita al silencio, a la oración ante el Monumento, el altar donde Jesús reposa esta noche. Solo la luz de esta capilla perdurará hasta que el Cristo vuelva.

Súbitamente, toda luz se apaga al tiempo que las campanas de las doce llaman al Silencio. Se abren las puertas y el pendón de la Agonía brota junta a un río de negros nazarenos. La única luz de los cirios luce, pues las estrellas no son más que las velas de aquellos que partieron. La luna, María, desde el cielo ve clamar a su hijo. La morada luz del trono abre camino mientras el adagio y el sordo redoble del tambor retumban en las paredes hacia una plaza plena de anhelantes espectadores. El Silencio a comenzado.

El lento desfilar de Nuestro Señor se recrea en el saludo a las Monjas Claras mientras la noche se rompe en la garganta de un saetero. Yo también quise esa noche elevar mi oración al cielo. Primero desde el órgano del Convento, mientras el Adagio de Albinoni, Signore delle Cime, y Air de Bach sonaban tanto fuera como dentro del templo. Mientras la efigie que la mano experta de González Moreno talló guiada por el Espíritu avanza, corales y poetas le cantan y le rezan. Yo, en la misteriosa calle del barco quise sumar mi voz a la de ellos abriendo mis labios en un arrebato de fe y devoción.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Soneto a Jesús Crucificado

Luna y Cristo, Madre e Hijo se encuentran en el trayecto de la hoz. La noche se cierra mientras suena Air de Bach y el Cristo de la Agonía flota sobre un camino de cirios y arrodillados nazarenos. La música no se calla ni las luces del pueblo brillan hasta que el pequeño trono que recrea el calvario del excelso Crucificado no apaga sus faroles. Este es otro de esos momentos de la Semana Santa que me sacan lágrimas, el momento en que la tenue luz del Cristo rompe la oscuridad aterciopelada que oculta a la Virgen de la Piedad. El Cristo de la Agonía descansa ya en el misterioso silencio de su capilla, en sus fríos y sepulcrales mármoles aguardando un nuevo Jueves Santo. Pocas horas restan para que el sol salga, para que la aurora nos sorprenda con un nuevo Viernes Santo.

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