En el recuerdo... Lunes Santo

Seguimos el recorrido por la pasada Semana Santa con el extraordinario Lunes Santo.

LUNES SANTO: El Via-Crucis del Centenario.


Llega el Lunes Santo, morados lirios bordean la madera tallada del trono, un mar de sangre en rosas cuajada baña el campo a sus pies. Y sobre este mar de dolor, una orquídea blanca que brota como la luz del sepulcro. Un ángel a sus pies y una mirada dolorosa ya aguardan en la capilla del Yacente. El Cristo de la Sangre está preparado. Mientras se hace la hora, los santos se pones a ras de suelo, se bajan de sus tronos para recrear un monumental Via-Crucis…

A los pies del campanario brotan un olivo y una palmera sobre un dorado trono, un ángel conforta a Jesús mientras Pedro, Santiago y Juan duermen en Getsemaní. La Oración del Huerto, el primer paso hacia la cruz. Al doblar la Calle de la Parra, el Beso de Judas de Carrillo espera desde una temprana hora de la tarde. Judas pelirrojo serpentea hacia la mejilla de Jesús mientras un soldado busca las manos de Cristo con una soga. En el recogimiento de la Plaza del Comisario, acusado por un sanedrín, la larga melena y la serena y cansada faz de Jesús de Medinacelli se recrea aguardando el Vía-Crucis. Sobre un pedestal en la Calle Larga, un gallo canta y el anciano Pescador de Hombres llora, llora haber negado a Cristo. Tras las rejas de un patio alfombrado de mármol, Pilatos se sienta en su trono recibiendo en la Calle Larga la Sentencia del Ecce Homo de González Moreno. Su regia efigie se mantiene serena mientras los transeúntes observan la muda escena de un juicio injusto. Bajo un arco en Buitragos, un soldado llamado Braulio descarga todo su odio a través de una caña sobre la corona de espinas que lacera las sienes de un sangrante Hijo del Hombre, sentado en el banco que creo Zafra. Jesús es Coronado de Espinas en Buitragos.

Al llegar a San Sebastián, sobre la acera camina un Nazareno, coronado de espinas, cargado con una pesada cruz y escoltado por dos firmes armaos. Nuestro Padre Jesús Nazareno riega el suelo de la calle con lágrimas de sangre. Avanza hacia la Esquina del Convento, donde un tropiezo le aguarda. Una caída sobre un dorado trono. Alza el Señor la vista al Cielo mientras Simón de Cirene recoge la cruz, te ayuda a cargar con ella. Si Tú necesitas ayuda, cuanta más precisaré yo. “No lloréis por mí, llorad por vuestros pecados.”, nos dices al llegar a Correos. El rostro del Jesús del Encuentro dialoga con las tres Marías: de Cleofás, Magdalena y Salome. Las Santas mujeres lloran y Tú las consuelas mientras sigues avanzando hacia la cruz.

Enmarcado bajo el Arco de la Claras, frente a una familia nazarena, clavado en una cruz clama al cielo en agonía. La gran obra, el perfecto cuerpo que González Moreno talló guiado por la mano del Espíritu Santo, el Cristo de la Agonía se recrea como cada Jueves Santo frente a las puertas del monasterio.

“Esta noche estarás conmigo en el paraíso”. En el incomparable escenario que conforma la fachada del conservatorio Maestro Gómez Villa, el Cristo de la Sed, en un clavario perpetuo, sigue perdonando a Dimas; sigue teniendo sed de fe, amor y paz.

“E inclinando la cabeza, expiró”. Nuestro compatriota Antonio Jesús Yuste nos regaló el año pasado lo mejor de su genio: un Cristo ya muerto cuyo rostro congelado en plena caída refleja dolor, angustia al mismo tiempo que el amor que le llevó a sufrirlos. A sus pies, la Dolorosa con su manto azul y su vestido del mismo rojo que la sangre que mana de su corazón atravesado, siempre acompañada por un juvenil San Juan, con el dedo siempre enhiesto marcándonos “Ahí está el Señor”. Solo resta la muerte. En Cánovas del Castillo expiraba y en la Hoz es atravesado su divino y misericordioso costado. Su cuerpo cuelga del árbol de la cruz, su rostro está tranquilo, sereno. El Cristo de la Misericordia parece dormir en la Hoz. Ahora su cuerpo es sustituido por un sudario de encaje. Bajo su lúgubre sombra, un Mayor Dolor no ha habido. Yace el Cristo en el suelo, lo llevan al sepulcro. María llora desconsolada. Sin embargo, aun queda la esperanza. Más allá en la misma plaza un ángel sujeta la losa y el rostro de Carrillo cae petrificado junto al soldado del sepulcro. Entre nubes y luz, Cristo resucita.

Ya es la hora, suena Soledad Franciscana y una campanada de plata emite su fúnebre tañido. El Cristo está en la calle. El Cristo de la Sangre recorre esta noche el mismo camino que hemos hecho nosotros. Las dolientes marchas lo acompañan calle a calle hasta llegar otra vez a la plaza. Suena Crucifixus mientras ya su augusta efigie se pierde en la iglesia. No se ha ido del todo, una flor de sangre, una rosa encarnada yace olvidada en todos los altares. Crucifixus se pierde en la oscuridad de una noche irrepetible.

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