En el recuerdo... Viernes Santo

VIERNES SANTO: Del pretorio a la Cruz, de la Cruz al sepulcro.

Son casi las nueve de la mañana y la fresca brisa borra los efectos de la falta de sueño. Las negras puertas de la cochera están abiertas y los albos sanjuanistas caminan ante la Sentencia. Desde el pretorio de la iglesia sale con la cruz a cuestas, escoltado por las multicolores plumas y los marciales andares de los “armaos”. Con sus túnicas negras cargan los nazarenos cruces al igual que su Señor, todos coronados de espinas.

Tras de ti camina tu Madre del brazo de San Juan, en la calle de la amargura llora Ella. En la caída, Simón de Cirene te socorre mientras tus labios claman al cielo. La santa Verónica enjuga tu rostro en un paño, tu Santa Faz resta en su mantel. En el calvario tienes sed y en la cruz vinagre te ofrecen. Y en ella mueres, entregas el espíritu a través del afligido rostro que Antonio Jesús Yuste nos regaló el año pasado. Una lanza atraviesa tu misericordioso costado mientras Longinos en el caballo te reconoce como Hijo de Dios, en medio del sacrosanto silencio del mediodía, de un mediodía eterno.

Mientras la Magdalena llora, regando el camino de lágrimas, me encamino hacia la plaza, ya uniformado y armado con el oboe. Y cuando el sol ya hiere con sus rayos, el Santo Cristo sale vestido tan solo con un morado tonelete. Los blancos lirios y las rosas rojas alfombran su trono, rodean cariñosamente en un florido abrazo a los ángeles. Los penitentes, con túnicas y cruces, o solo con velones y descalzos te guían y te siguen, sufren tu inmenso dolor. El inclemente sol ya refulge en la Cruz del Santo Cristo, nuestro único consuelo ante el calor. Antes de abandonar el paseo, el sudor nos empapa y el cansancio se acrecienta. El hambre hace acto de presencia al llegar a la Plaza de España. Estamos deseosos de tocar “El Prendimiento”, pues eso significa que ya estamos llegando al fin del recorrido, que el trayecto de San Pedro muere ya.

El dolor de María es ahora más grande que nunca. Cristo ha muerto y ya reposa en el altar mayor de la Asunción. El Santo Cristo del Consuelo ha bajado de la Cruz y su cuerpo muerto cuelga del retablo. La Dolorosa llora ante la puerta de la Cochera. Un viva, una campanada y un cornetín de órdenes de la OJE manda comenzar el himno. El banderín rinde honores a la Stma. Virgen de los Dolores quien se arrodilla para resguardarse en la Casa de los Santos.

Cristo ha muerto. El Viernes Santo, la Semana Santa ha llegado a su cenit.

La solemne tarde del día de la muerte se tiñe de alegría, los Dormis llevan a cabo su tradicional traslado. El Santo Sepulcro, la Cama de Cristo baila al son de los pasodobles Ciezanos.

Es desarmante la alegría y la devoción con que los Dormis llevan a su Cama. Nunca se ha visto a un Santo Sepulcro bailar con esa alegría. Solo en Cieza estas bellas cosas pasan. La luz dorada del sol se refleja en las alas de los ángeles dándole un matiz místico al traslado.

Un terciopelo azul tapiza el cielo mientras el Cristo del Perdón sale de la Basílica. Un azul que pronto se convierte en luto. Cristo muerto sobre la Cruz abre la procesión del Santo Entierro. En la oscuridad de la calle San Pedro, Nicodemo se encarama a la cruz y pasa un sudario por los brazos del divino cuerpo. San Juan y José de Arimatéa reciben al Señor en sus brazos. María Salomé guarda clavos y corona al pie de la Cruz, junto a María, que solo guarda dolor y lágrimas. Su mirada perdida se arrodilla junto al madero con su hijo en brazos. La Piedad sale de la Iglesia. Capuz supo plasmar ese dolor tan intenso de María con tal sutileza que parece real la imagen. Mil emociones confluyen en ese rostro divino. Ntra. Sra. Del Mayor Dolor deja yacer al Divino Redentor a sus pies en el suelo para sentarse ella sola de nuevo, recostando su cabeza en el leño, y llora, llora en ríos de Amargura. La Virgen derrama su corazón roto con los lacrimales. María de Cleofás y María Magdalena, todas ellas en dolor, recogen a la Señora y la acompañan a velar al Hijo, mientras ven alejarse a José de Arimatéa con el cuerpo hecho pedazos hacia un sepulcro nuevo.

El recorrido completo tras la Santa Cruz no agota esta noche, solo es un rezo más. Las bellas marchas vuelven a sonar a través de mis dedos, a través de las bandas cuyo trabajo es poco menos que indispensable para que la Semana Santa suene como debe. Su temperamental canto nos cuenta historias de pasión, de amor sobrehumano y de devoción. Santo Traslado, Solemnidad, Adoración, MEKTUB, Mater Mea… todas ellas diferentes y todas iguales. Solo son música, el más grande rezo al Dios del Cielo, a un Dios que murió por nosotros.

De nuevo “el Prendimiento”, por última vez su marcial solo se funde con la dolorosa luz de las tulipas. La cruz se guarda en la sobrecogedora atmósfera que conforman las bóvedas de la Asunción. Tras ella, escoltada marcialmente, levita la Cama de Cristo. Un luminoso sepulcro, obra maestra de Carrillo, viene guardado por los Armaos. Al llegar a Diego Tortosa, la Virgen de Gracia y Esperanza mira por última vez a su Hijo. La Cama de Cristo se mece ante su Madre, ante una Esperanza que llora y deja una rosa antes que la losa se corra rotundamente.

Santa María Salomé guarda consigo los clavos y las espinas que han sacado sangre y dolor al Cristo, al Señor. Su hijo, el joven San Juan, desconcertado conforta a una doliente Virgen, vestida de luto y Soledad.

María Stma. de la Soledad, desamparada y atravesada por el dolor, velada por sus dolientes lloronas camina lentamente hasta la Basílica. El “Canon en Re Mayor” de Pachebel aporta solemnidad al silencio que reina en la Plaza a oscuras. Solo la velada luz de la Soledad que camina al interior del recinto ilumina nuestro dolor y, al son del Himno Nacional, María reposa en el Suelo del Templo. La tierra ha temblado y se ha calmado. Dios ha muerto.

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