En el recuerdo...

Como dije en un video hace cierto tiempo, que mejor forma de prepararnos para una Semana Santa que recordando la siguiente. Por eso hoy inauguramos para toda esta semana una nueva sección titulada: En el Recuerdo. En la primera entrega os traigo la Cuaresma y el Domingo de Ramos 2014, una crónica que redacté el año pasado.

SEMANA SANTA DE CIEZA 2014


AÑO DEL CENTENARIO DE LA JHP

Lunes de mona, llueve y brilla el sol al mismo tiempo en un día gris de abril mientras yo escucho “la madrugá”. Parece que era ayer cuando aún contábamos días, cuando decíamos <>;. Llueve, el agua humedece las calles tratando de borrar los restos de azúcar y cera del pavimento. Llueve, mas no es el cielo, son mis ojos que riegan el papel al tiempo que veo pasar de nuevo a la Virgen del Amor Hermoso hacia la ermita de San Bartolomé. Tanto tiempo esperando y, en apenas un suspiro, se ha ido como la brisa a través del tiempo. Ahora es el momento de recordar como ha ocurrido pues, si en un suspiro se fue, una eternidad parece haber transcurrido desde entonces, aunque se fuera ayer. Volvamos atrás en el tiempo, apenas mes y medio atrás, un miércoles gris de marzo, gris de ceniza en que todo comenzó, como siempre, con el sordo redoble de un tambor en la profundidad del tiempo, en la noche ciezana anunciando: “Despierta, Cieza, despierta que ya es la hora, despierta, despierta…”

CUARESMA: La espera toca a su fin.

En la quietud de la noche ciezana del 5 de marzo no todo es tranquilidad. Figuras enfundadas de túnicas negras se escabullen por las esquinas buscando sigilosamente la Plaza Mayor, cada vez más llena de tamboristas. Súbitamente, el reloj marca las nueve y las campanas de la Asunción lo anuncian. Un potente estruendo se crea, la Tamborada ha comenzado. Cientos de tamboristas recorren las calles ciezanas buscando despertar a Cieza de su extenso letargo. Cieza que, aún medio dormida, busca a tientas la luz de un cirio. La noche termina igual que comenzó: con enlutadas figuras que pregonan a golpe de tambor “Despierta, despierta…”

Parece que todo ha sido un sueño cuando el sol despunta con el horizonte, la huerta sigue floreciendo y todo sigue igual, o no… Algo ha comenzado. En un tímido balcón ya aparece una colgadura, una tintorería luce en sus perchas la túnica de algún rezagado que ha esperado hasta ahora para limpiar cera, flor e incienso del terciopelo. He de recordar aquí a los compañeros del programa radiofónico “El Guión” quienes incansablemente cada semana intentan hacer más amena la espera a Cieza, por su Semana Santa.

Viernes de Cuaresma, Jesús de Medinaceli asoma su tez morena por las puertas del convento y se deja besar los pies por todo aquel ferviente devoto que quiere hacerle promesas. 

Tú recorres las calles ceñido de morada túnica, tu corona de espinas en la sien y las manos atadas recordando el Via-Crucis, el camino hacia la cruz que recorriste por mi amor.

Parece que es la hora, pero no es la hora. Un tambor resuena en la marmórea capilla del Stmo. Cristo de la Agonía. Es una tarde de Domingo, la iglesia llena de velas y las voces de un coro que se entrelazan con la del imponente órgano acompañando al agonizante Cristo hacia el altar desde el que presidirá la eucaristía en sufragio de las almas de sus hijos dormidos en la espera de la resurrección. Oscuridad, silencio, un sordo tambor, un coro casi celestial, las lágrimas de D. Antonio Muñoz, cofrade del año de tu hermandad, te acompañan de vuelta a tu trono recreando un Jueves Santo que aún no ha llegado. Una oración y ya descansas a lomos de tu trono, erguido en una eterna agonía.

Cada vez queda menos, los días se escurren hacia un domingo de sol y palmas. Siempre queda la esperanza. Hijos tuyos somos, hijos de María; y en las vísperas de la pasión acudimos a nuestra madre. Arrullada entre violines, escoltada por sus hijos camina la Virgen de Gracia y Esperanza, con una corona de espinas entre sus delicadas manos, hacia el altar, hacia el trono al que la alzan cariñosamente sus hijos. Recorre las calles a hombros de sus anderas con el suave mecer tan ciezano que hace creer al espectador que trono y anderos no existen, sino que es María quien camina…

Poco a poco, los minutos se hacen horas, las horas, días; los días, semanas. Y, sin darnos cuenta, queda ya solo una semana para la Semana de las Semanas. La Iglesia de la Asunción se viste de pasión, las calles se engalanan de colgaduras moradas, rojas, negras…; la Casa de los Santos bulle de actividad y un gallo canta desde la lejana San Juan Bosco. Pedro vuelve a negar al Señor esta noche. Túnicas de azul y dorado inundan las calles como un rio sampedrista hacia la Casa de los Santos. 

Ya el sol asoma en el horizonte, todo parece tranquilo, sin embargo, los Armaos en coalición con la OJE tocan diana bajo un solo lema: “¡Es Domingo de Pasión!¡Despertad!¡La Semana Grande está cerca!” Y la plaza mayor se tiñe en terciopelo multicolor y se desparrama en un arcoíris hacia la calle del Cid. Los guiones y estandartes de nuestras cofradías desfilan ya por el paseo bajo el hiriente sol que parece incluso congelarse al llegar al Monumento al Nazareno. Bajo la luz de las doce, la oración de una trompeta parece llegar mejor al cielo donde reposan los cofrades dormidos. Ya dentro de la Basílica, el siempre emotivo pregón, este año a cargo de d. Ramón Luis Valcárcel resuena en las altas bóvedas junto con el Solo de Gómez Villa, el solo de Semana Santa Ciezana. Apenas un suspiro, ya se huele a Semana Santa: a mañana mojada y a palma, a incienso y a torta de pan dormido, ya se saborea el gusto de las flores y los caramelos, ya se palpa el terciopelo, ya se ven las calles rezumar cera, ya para el oído que se aguza se intuye el estruendo del protón de la Cochera y la sutil melodía de una marcha que se escapa del tiempo. Ya poco falta, ya poco falta…

ÚLTIMOS SUSPIROS: Viernes de Dolores y Sábado de Pasión.

Ya resuenan los tambores, ya las marchas cantan desesperadas de pasión, ya es la hora, ya es la hora. Es Viernes de Dolores, los colegios sacan a los más pequeños en tamborada mientras que en la calle Cánovas del Castillo se ponen a punto los últimos detalles para que esta tarde todo sea perfecto. Resuene el Tambor porque ya es la hora, ¡Suene el Tambor!

A eso de las cinco, la calle Cánovas del Castillo comienza a bullir de actividad, decenas de “manolicos y manolicas” se reúnen, como cada año para participar en la procesión de los Niños de la Cruz. En el bajo ya aguarda la primera obra semanasantera de nuestro artista en ciernes José Fco García, nuestro querido Pepe Paco: una pequeña cruz con dos ángeles a sus pies. En la iglesia, orlada por velas, resguardada bajo su palio y acompañada por sus jóvenes anderos, la Virgen de la Estrella ya está presta a salir a la calle, abriendo el Viernes de Dolores. Todos estamos impacientes, la hora se acerca, las puertas están abiertas. Y, de repente, el cielo primaveral nos sorprende con una tormenta. Todos nos refugiamos corriendo en el templo bajo el amparo de nuestra Estrella. Sin embargo, los ánimos no decaen, “la procesión va por dentro” literalmente, la Virgen recorre los pasillos de la iglesia al son de “La Caída” y otras marchas insignes. Finalmente, sale a la calle para recogerse en el bajo de la Calle del Cid, meciéndose hacia la sombra del edificio con “Caridad del Guadalquivir”. Hasta año que viene, en que una tarde de Viernes nos volveremos a encontrar, rezando al cielo para que no llore y podamos desfilar.

Viernes de Dolores, dolor, penitencia, via-crucis. A través de las añejas puertas del convento asoma la tez morena de Jesús de Medinacelli. Su oscuro pelo se enreda en la trenza dorada de espinas que lacera sus sienes. La lluvia de la tarde ha desaparecido y las últimas luces del día saludan al Cristo que recorre por última vez este año las calles del casco antiguo sobre su tallado trono y su esbelta peana. Otra vez te niega Pedro, de nuevo Pilatos se lava las manos y Barrabás es soltado mientras azotes te llueven a la espalda, de nuevo cargas con tu cruz y, aún así, tu cansada faz encuentra fuerzas para sonreírme y decirme “no llores por mí”. Poco a poco, paso a paso caminas hacia la plaza donde tu madre te aguarda. Allí, cientos y cientos de personas te esperan y, entre ellas, nace el silencio cuando una voz devota canta el Ave María mientras tu Madre Dolorosa llora, pues es la última vez que te ve. En ese instante, todo desaparece, solo existen María de los Dolores y Jesús de Medinacelli. ¿No parece que María no quiere apartarse? Sabe ella que a su Hijo, al cruzar la puerta, solo le espera la cruz, mas Él replica “Mujer, déjame cumplir la voluntad de mi Padre”; y ella vuelve a recordar aquellas palabras entregadas al ángel “He aquí la esclava del Señor”; y con un llanto de cristal, profundo como el océano, se aparta y deja paso a su Hijo, a su Señor.

El redoble de la OJE ya marca el paso mientras la Virgen de los Dolores enfila el paseo acompañada por sus hijos, portada por sus devotos anderos y escoltada por las dos grandes agrupaciones musicales de Cieza: Medina Siyâsa y Averróes de la OJE. Avanza por Plaza de España, Buen Suceso, Angostos, Tercia, Santo Cristo, Cánovas del Castillo, San Pedro y pro fin penetra en la Plaza Mayor. Ni un solo alma fervorosa cabe allí. Ambas bandas están prestas a lucir sus mejores marchas y todo para honrar a María, la Dolorosa. Se mece ahora frente al portón, suena una campana, un cornetín de órdenes y la marcha real irrumpe en el oído. La Virgen va entrando por el arco y, bajo él, se detiene como si no quisiera irse nunca. Un golpe sordo al cerrarse el portón que, apenas unos minutos después se vuelve a abrir. Un Cristo noblemente muerto, un Cristo misericordioso inclina la cabeza colgado del madero con tal naturaleza que parece dormir. Solo un centímetro de ropa separan la piel del cofrade del Árbol de la Cruz. Una oración y parte hacia la misteriosa calle de la hoz, sumergiéndose tras ella en las calles añejas que une río y urbe. Minuto a minuto, la noche se convierte en madrugada y las puertas de la Casa de los Santos se abren. Tenue luz, místico canto y Cristo sube a su trono para recibir una lanzada en su piadoso costado. El Cristo de la Misericordia se yergue ya en su trono hacia un Viernes Santo eterno.

Ya es Sábado de Pasión, todo el pueblo está expectante de lo que está por ocurrir. Ya es Sábado de Pasión. El sol se esconde tras la Atalaya y nuestros pasos se encaminan hacia el Convento.

Los pies del Cristo del Perdón han sido besados y adorados esta tarde y sus cofrades, vestidos de terciopelo marino llevan en sus hombros la cruz desnuda con la que se funde el Cristo, ese bello Cristo apenas policromado. En el trono acostado lo depositan cariñosamente y todo está ya preparado para salir; mas unas malhadadas frías gotas comienzan a alfombrar el pavimento, una tormenta de infortunio que, a pesar de los ruegos y la paciencia, no amaina. Otra vez el agua evita que la cera vuelva a impregnar las calles. El Cristo del Perdón se queda en el Convento. Yo, entonces, me acerqué al armonio que tantas veces he tocado siguiendo los pasos de mi abuelo y comienzo a interpretar las notas que ideó en su día José Gómez Villa: “El Cristo del Perdón”. La lluvia desaparecerá durante la noche y no volverá hasta que la Virgen del Amor Hermoso se haya encerrado.

Y, poco a poco, segundo a segundo, la noche se convierte en madrugada, la madrugada en aurora y, de repente, la Atalaya recibe el saludo del sol, un sol madrugador que anuncia la Mañana. Una mañana de color morado, una mañana de domingo. Una mañana de olivos, palmas y ramos.

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