"Yo no se que tiene tu Cara Morena..." Así dice el himno que, hace 90 años, escribiera el gran poeta Jara Carrillo para la Reina de Murcia, para el día en que Murcia la coronó en medio del Puente de los Peligros, con la Virgen que le dió nombre al puente como testigo de honor en su hornacina.
Yo mismo puedo decir esa frase, puedo aplicarme ese verso pues, aunque siempre acabo diciendo lo mismo, siempre vuelvo, y este año te acompañé tres veces, en tres de tus días.
Aquella mañana de 2 de mayo en que, tras celebrar ese 90 aniversario de aquel glorioso día en que fuiste confirmada como Reina de Murcia, que ya lo eras y lo serás, y te acompañé hasta el Barrio del Progreso, donde te deje partir hacia tu serrano altar, para reencontrarnos allí, en ese retablo de pinos, cuando agosto daba sus últimos pasos.
Esa mañana descubrí una romería casi familiar. No era festivo y sólo algunos de tus devotos, aunque ya eran bastantes, te acompañaban. Y viví esos momentos en que te ofrendaban pétalos, viví desde muy cerca cómo tu Ciudad te despedía con los honores de la Generala que eres, con polvora e Himno Nacional. Descubrí que el fervor murciano no entiende de festivos y laborables, pues seguían habiendo mesas para que descansaras, y porrones y bizcochos para tus enamorados estantes.
Nos volvimos a encontrar en tu Sierra, porque es tuya, un 31 de agosto. A pesar del calor, una marea devota crecía ante tu ermita, y por ella fuiste arrastrada por carreteras, puentes y huertas hasta entrar en el Carmen, puerta de tu Murcia, antesala de la Gloria de la Catedral, cuya torre mira hacia tu Santuario, unos días con deseo, otros con envidia y otros con temor. Con deseo por verte a ti a sus pies, resguardada a su sombra, con envidia por no poder tenerte más tiempo bajo su amparo y con temor los días que te sirve de cobijo, pues sabe que enseguida se terminan y te vas. Pero al final se resigna, sonrie y disfruta de esos breves momentos en que la Señora está en la Catedral, y cuando llega el momento se acuerda de que hay alguien que más la necesita, que son las monjicas del Santuario. Ellas no cuidan de la Madre, es su Madre quien cuida de ellas.
En el Carmen aprendí que, de cuantos piropos te pueden decir, de cuantos títulos te puedan dar, hay uno que es una mayor verdad y el más merecido de todos. Te dicen guapa, y lo eres, te dicen morena, y tu tostada piel se sonríe, te dicen Reina y Generala, te llaman de muchas formas, al igual que todos los cristianos de todos los tiempos, pero lo primero que te dijeron, el título que más te agrada y favorece es el de Madre. Madre de Dios, que nos lo muestras pegado a tu corazón, Madre Nuestra del Cielo, que nos acogiste como hijos al pie de la Cruz de tu Hijo y nos proteges desde su bella y celestial mansión. Y Madre de los Murcianos, pues ellos te quieren, adoran, cuidan, veneran y aman tanto como tú los cuidas, consuelas, proteges y amas. Por eso todos saben cantar al unísono tus alabanzas en forma de Himno, ese himno que bien te describe como "Rosa cuyo cáliz forman los murcianos con los tiernos pétalos de sus corazones".
Y por eso sonríe la Fuensantica, porque la llaman Madre. Y poco importa por dónde llegue a ellos, porque lo importante es que lo haga, que toda Murcia es hija suya y Ella quiere visitar a todos sus hijos, y será Ella la que los mantenga unidos aunque los quieran dividir.
Y por eso sonríe la Fuensantica, porque la llaman Madre. Y poco importa por dónde llegue a ellos, porque lo importante es que lo haga, que toda Murcia es hija suya y Ella quiere visitar a todos sus hijos, y será Ella la que los mantenga unidos aunque los quieran dividir.
Y llegó la noche del 11 de Septiembre, y tu te pusiste lozana y te engalanaste para recibir a tus hijos, para dejarles que te toquen el manto. Y ellos fueron, de secanos y bancales, recogiendo flores para adornar tus altares, con sus bandurrias, laudes y guitarras, a cantarte malagueñas y coplas ante ti, Divina Magnolia.
Hasta bien entrada la noche estuviste allí, aguardándolos, y los mandaste, como buena madre, a dormir y descansar para, antes de despuntar el día, recibirlos otra vez y subirte en sus corazones para llegar a su Santuario. Es tu día grande, que comienza antes de las seis, mientras el lucerico del alba, que hoy está trasnochador, que quiere ver tu romería antes de que salga el sol, ilumina la torre que hoy llora a la claridad de tu rostro.
Un buen amigo resume tu romería en tres frases, las tres muestra del fervor y del amor de tus murcianos hijos:
- ¡Vamos, vamos! Porque tanto te quieren que se agolpan delante tuyo y no quieren moverse, quieren quedarse junto a ti, hasta el punto de no dejarte ni encontrarte con la Virgen de los Peligros, que ese día quiso ser romera y esperarte en vuestro puente, que es de las dos, pues ella te lo guarda todo el año para que pases cuando te llegue el momento. Aunque este año escuchó la invitación que durante tanto tiempo le has hecho, se quedó en el Carmen para seguir con su trabajo de guardar a quienes cruzan el rio.
- ¡Mesa! Pues son muchos los murcianos que colocan mesas para que te detengas ante ellos, y te ofrendan flores, en ramos y en petaladas, que por cada pétalo va una lágrima y por cada lágrima una oración y un beso de los labios que sienten anhelos de misericordia. Y te suben a tu regazo a sus hijos, para presentartelos y que los reconozcas como hijos.
- Y la tercera frase es la que más repiten, y no dejan de repetir hasta en el silencio del Santuario cuando, impacientes por volver a verte, buscan tu maternal mirada, y la llevan consigo, y la gritan durmiendo o velando, en el trabajo y en el descanso y cada vez que recuerdan ese no-se-que que tiene tu cara morena. Esa frase es
¡VIVA LA VIRGEN DE LA FUENSANTA!
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