Historia de una Nueva Semana Santa

La lluvia siempre me pone nostálgico, y si es la lluvia de un Domingo de Resurrección, con más razón. Y aún más en este Domingo huerfano de Cortesía, colofón a una Semana Santa que no vió a Jesús cargar con su Cruz, ni lo vió muerto en el madero del Consuelo. ni lo pudo velar junto a los Ángeles de Carrillo en su cama. Mientras edito fotos, suena 'la Madrugá'. Ahora veo pasar todo lo que mi cámara captó en los siete días que si pudimos disfrutar y soñar despiertos, ahora comienza de nuevo la Historia...

HISTORIA DE UNA NUEVA SEMANA SANTA


Mira, es Viernes de Dolores, y el reloj se ha vuelto a parar, haciendo que nuestro corazón de un vuelco de alegría al ver sufrir a la Dolorosa. Aún Ella, meciéndose entre cantos y nubes de incienso, llorando por su Hijo, y por todos aquellos hijos que le rezan desde el Cielo, parece sonreirnos en la puerta del Convento. Hemos vuelto a Casa. Veo de nuevo al Medinacelli dar la espalda al mundo y volver su rostro para que no lo veamos llorar. Él sabe que su llanto es nuestra alegría pues, cuando Él se va, la Semana de nuestros sueños comienza. Él se va, se resguarda en su casa y allí esperará un nuevo mes de Marzo para recibirnos a sus pies. Una vez se ha ido, ya no nos acordaremos más del Medinacelli, pues al Rey de las Vísperas se le ha acabado el reinado y ahora le toca a otros reinar en su lugar. Así, olvidándonos de los Via-Crucis, vamos siguiendo a la Madre Dolorosa hasta que entra en la Asunción. 

Una vez Ella ha entrado, con una sonrisa en los labios y nostalgias de pasión en el corazón, nos sumergimos en las oscuras calles del Casco Antiguo, buscando la Misericordia que brota del costado del Señor. Así es Cieza, tierra de contrastes, del esplendor y solemnidad del Traslado de la Dolorosa al silencio y sobriedad del caminar del Cristo de la Misericordia que busca con su Cruz un hombro cofrade para abrazarse a él y dejar sentir a ese hombro que su carga es ligera y su yugo, llevadero. No nos damos cuenta, pero se nos van escapando las horas de la Pasión. Cuando nos percatemos, todo habrá terminado. Pero ya llegaremos a ello, aún nos queda mucho por vivir.

Sábado de Pasión, Sábado del Perdón. Toca llorar y rezar a los pies del Señor del Convento, por quien repican las campanas de la espadaña cada vez que ante sus puertas pasa. San Joaquín desborda devoción para despedir a ese Cristo Moreno que atrae los amores de todo un barrio, de toda una cofradía, de todo un pueblo. Perdón, Señor, Perdón. Verte dormir sobre la cama de tu Cruz, sobre el colchon de claveles encarnados que alfombra tu paso, verte mecer al son de tu marcha, la más grande de todas las ciezanas, es ver un entierro. Y aunque nuestros ojos debieran (y lo hacen) desgranarse en lágrimas a tu paso, nuestro corazón sonríe; está feliz por haber vuelto a las andadas, por tener algo a lo que sujetarse: una Pasión. Quisiera llorar como lo hace tu Madre al encontrarse contigo, pero no puedo. Mañana es Domingo de Ramos y no puedo llorar. Perdón, Señor, Perdón.

Repica la Asunción, repica el Convento. El paseo se viste de multicolor y un bosque dorado surge por calles y plazas. Cristo entra en la Jerusalén ciezana bajo un espléndido sol que hace brillar los ojos de los más pequeños, los que se estrenan en esto de procesionar, los que acaban de nacer al sentir ciezano. Sentir ciezano que desde esa edad hasta la muerte nos hace picar el hombro al oir 'los Dormis' y sonreir con tan sólo mencionar a 'la Burrica'. Sentir ciezano que nos impulsa a vestir nuestras mejores galas y encaramarnos a una Cumbre Airosa en que la Ermita se alza. 

No hay fervor mayor en Cieza, no hay devoción que atraiga a un mar de gente como la tuya. Y es que todos necesitamos lo que Tú nos das. Todos necesitamos mirarte a los ojos, que este año escondes para que no te veamos llorar. Que siempre eres tú quien nos alivias y ahora tendremos nosotros que darte a Ti Consuelo por lo que has perdido. Y mientras Tú, entre pasodobles y gozo lloras, tu Madre en Soledad derrama silenciosas lágrimas por lo mismo que Tú, por la pérdida de otra Hija tuya. No llores Tú, Señor, porque si tú lloras, al llegar a la Asunción, ¡quién nos dará tu Consuelo! A pesar del duelo, Tú sigues cumpliendo tus costumbres, despedirte de tus monjicas y recrearte al entrar a Cieza en una dorada tarde de Ramos. Nunca se llena la iglesia como cuando Tú estás en ella, porque todos necesitamos lo que Tú nos das, tu nombre, Consuelo.

Ahora sí, hemos entrado de lleno en la Semana de nuestros amores. Y queremos rendirnos como una rosa en presencia de Cristo, sentirnos ángel y cáliz a sus pies. Se pasea el Cristo de la Sangre, anunciándonos lo que ha de venir, relatándonos la Pasión, dándonos a sentir durante un momento el dolor de tu Muerte y la desolación de tu Sepultura. En el rachear de los pies de tus anderos al atravesar el estrecho tramo de la Hoz se escucha el tic-tac de un cronómetro que va restando horas a una Semana Santa destinada a morir prematuramente. Pero no queremos pensar todavía en eso.

Martes Santo y, como antaño, los Armaos salen a buscar a Jesús, el Nazareno. Un Nazareno más rendido y doliente que de costumbre, pues también llora junto al Consuelo y la Soledad una gran pérdida entre sus devotos. La voz de los narradores nos envuelve y la soledad del sacerdote, como lo fue la de Cristo en getsemaní, van acercándonos desde la Cena hasta el momento de la Traición y del Prendimiento. Y como si Cieza se temiera lo que se le viene encima, desborda de valentía y se viste toda ella de terciopelo para salir en procesión.

Tarde de Miércoles Santo, suerte de los niños que en ella desfilan. Suerte de San Juan, que al menos por una vez pudo cantar su pasodoble y suerte de Magdalena que por un instante pudo bailar sus broncíneos bucles al viento. Procesión General, nos recreamos y nos deshacemos en pasión y ciezanía por si todo acabara ya. Aun disfrutando de la procesión, los nervios van calando en nosotros, pues nos auguran un funesto final de la Semana. Nos intentamos distraer con esa gran procesión que los ciezanos tenemos, pero en cuanto nos descuidamos del trono, vuelven a nuestro pensamiento las nubes negras que se avecinan. Dios dirá lo que ocurra cuando entre la Dolorosa. Qué ironía, la que abrió la Semana, puede que la cierre. Recemos para que no sea así.

Y nuestros rezos dieron fruto. San Bartolomé, nuestro Patrón, protector contra tempestades, ahuyentó las nubes que abrieron la tarde del Amor Fraterno. Sentimos miedo al ver esa lluvia, pero cuando, a la hora de la Procesión, los últimos rayos del sol iluminaron el campanario, recuperamos la Esperanza, que es lo último que, por Gracia de Dios, se pierde. Un nuevo manto perfumó nuestras calles, la Esperanza llenó nuestros corazones y, al escuchar la voz de Dios en el Silencio, creimos que el milagro podía suceder. Nos dormimos frente al Monumento Eucarístico en la noche de la Agonía con la boca llena de agradecimientos por la prórroga otorgada y lanzando al mismo tiempo aún más ruegos porque esa prórroga durara áun un día más...
No pudo ser. La mañana del Penitente amaneció diluviando. Los tronos se quedaron engalanados, las túnicas, preparadas, y los penitentes del Consuelo, desconsolados. La Cama no alegró la tarde ni hizo llorar a su dormis por la noche. La Soledad quedó enlutada, rezando por su Hijo muerto, con la vista en el cielo de la Basílica. Tantos y tantos lloramos ese día... y no por los motivos que quisieramos llorar. Pero no hay mal que por bien no venga. Fue un día de reencontrarnos con el Señor, muerto en la Cruz del Consuelo, avanzando por la nave de la Asunción para ser adorado en el misterio de la Cruz. Y al filo de la media noche, cuando deberíamos estar soportando el dulce peso del misterio redentor hecho madera y golpe de gubia, nos refugiamos de la lluvia en el Convento, donde todo comenzó, para rezar en el sepulcro y velar a Cristo yacente junto a su Madre de la Soledad. La madrugada de Ánimas la pasamos allí, velando a un Señor que hace tiempo dejó de ver las calles en procesión y pidiéndole verlo resucitando, saliendo de las manos del mismo padre. Ante el Yacente de Carrillo pedimos ver al Niño de Carrillo salir en la mañana de la Pascua... nuestra última esperanza.
No pudo ser. Con el Silencio de la Agonía y el silencio del Velatorio acabó nuestra Semana Santa. La impotencia, la rabia, la Pasión sin consumar nos muerde el alma y nos envenena. Mas yo os digo, no lloreis, pues son necesarias Semanas Santas lluviosas para que, cuando vuelva abril, podamos resarcirnos de ellas y disfrutarla aún más. Y si eso no os basta, buscad en Cristo vuestro Consuelo, que Él saldrá dentro de dos semanas a veros, a amaros, a consolaros. Hasta entonces, dormid, descansad, que la lluvia no puede apagar nuestro sentir. Dormid, callad, descansad, que antes de darno cuenta, marzo llegará. Y comenzará otra vez esta historia, una historia que nunca acabará.

REPORTAJE DE LA SEMANA SANTA DE CIEZA 2019

SEMANA SANTA 2019

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