Por Antonio Jesús Hernández Alba
Como ya viene siendo habitual en nuestra sección "Reflexión Dominical", ahora que se acerca el tiempo de Cuaresma, os traemos una pequeña reflexión y una explicación de las particularidades litúrgicas de este tiempo que se acerca.
Como todo cofrade sabe, o debería saber, la Cuaresma es el tiempo de preparación para la Semana Santa, para celebrar los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Pero, ¿porqué cuarenta días?, ¿cómo se cuentan estos días?, ¿qué cambia con respecto al resto del año?
40 días de penitencia
Como bien sabemos, la Cuaresma son 40 días. De hecho, de cuarenta viene la palabra Cuaresma. Con estos días de reflexión y preparación recordamos los 40 días que Jesús pasó en oración y ayuno en el desierto antes de consagrarse por completo a su misión evangelizadora. También recordamos los 40 años que el pueblo de Israel vagó por el desierto para purgar su desconfianza y prepararse dignamente para entrar en la Tierra Prometida. Como vemos, el 40 en la Biblia se suele asociar a un periodo de penitencia, de preparación para algo mejor, para una gran alegría.
Estos 40 días comienzan el Miércoles de Ceniza y finalizan a la hora nona (15 horas) del Jueves Santo. Si contamos desde Jueves Santo hasta Miércoles de Ceniza, vemos que, de forma natural, nos salen más de cuarenta días. Esto se debe a que los domingos no cuentan. Estamos en tiempo de preparación, caminamos hacia la celebración central de nuestra fe: la Vigília Pascual, la conmemoración de la Resurrección de Cristo. Pero no por ello el domingo pierde su significado. Cada domingo del año recordamos el misterio de Cristo Resucitado, por eso, aunque a estos domingos se les llama Domingo de Cuaresma, no entran en la cuenta de los días de ayuno y penitencia.
Particularidades Litúrgicas
La principal diferencia que tiene la Cuaresma con el resto del año es la sobriedad que se recomienda en las celebraciones. En primer lugar, el color que utilizan tanto el sacerdote en sus vestiduras como para los ornamentos del templo es el morado, el color que históricamente se ha asociado con la penitencia y el luto en nuestra sociedad. Además, la Iglesia nos recomienda que se reduzcan los adornos florales a su mínima expresión. Lo mismo ocurre con los cantos. En este tiempo, la música de la liturgia debe reducirse a lo estríctamente necesario y reducir el acompañamiento instrumental al máximo, de forma que este sólo debe ser un mero acompañamiento a la voz. Todo esto viene a expresar la contricción, el arrepentimiento y el recogimiento reflexivo que marca el tono de la Cuaresma.
Precisamente para ayudarnos a reflexionar aún más sobre este recogimiento y la preparación para la alegría de la Resurrección, en la misa se suprimen las oraciones del "Gloria" y el "Aleluya", cambiandose este último por una antífona para el Evangelio.
La Cuaresma comienza con la celebración del Miércoles de Ceniza. Este día se celebra la misa como de costumbre, con la salvedad de que se omite el rito penitencial, puesto que, tras el Evangelio, tendrá lugar la imposición de las cenizas. Estas cenizas suelen obtenerse de quemar las palmas y ramos de olivo del Domingo de Ramos anterior. Las cenizas se bendecirán durante la misa y se impondrán en la frente o en la cabeza haciendo el signo de la Cruz. Originalmente, esto era un signo de que sin Cristo, sin el Padre, sin su Espíritu que nos da vida, somos solo polvo, cenizas, por ello, al imponerse, se solía decir: Recuerda que polvo eres y al polvo has de volver. Actualemente, la imposición de las cenizas tiene un sinificado de conversión, es una invitación a Convertirnos y Creer en el Evangelio.
Igual que en Adviento hablábamos del Domingo "Gaudete", el cuarto Domingo de Cuaresma celebramos el Domingo "Laetare". Su nombre viene de la antífona latina de entrada, que comienza diciendo "Alégrate, Jerusalén". Este día, los ornamentos y el sacerdote pueden vestir de rosa, como signo de que se termina pronto la penitencia y llega la alegría. Este día se pueden hacer los cantos un poco más animados, pero con moderación.
Aunque actualmente no tiene ninguna particularidad litúrgica propiamente dicha, la última semana antes de Domingo de Ramos mantiene su nombre tradicional. Este nombre viene de la tradición y la liturgia anterior al Concilio Vaticano II. Antiguamente, el Domingo de Pasión se cubrían los crucifijos y los altares con velos negros, en señal de luto por la inminente Muerte de Cristo. De esta forma, cuando el Viernes Santo se descubre la Cruz para adorarla, el efecto es mucho mayor. Tan sólo se permitía descubrir un crucifijo para el rezo del Via-Crucis y la imagen de la Virgen Dolorosa para colocarla al pié de la Cruz el Viernes de Dolores. El nombre de Semana de Pasión viene dado porque, antiguamente, esta semana se comenzaba a meditar la Pasión del Señor.
Como decíamos en la introducción, la Semana Santa (hasta Jueves Santo) también es Cuaresma, pero de sus celebraciones propias hablaremos más adelante en esta sección.
Cuaresma y piedad popular
En este tiempo, la tradición secular marca distintas costumbres a seguir. Es habitual que los viernes de este tiempo se evite comer carne en señal de penitencia, así como es costumbre ayunar (entendido como hacer una única comida al día) el Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Esto se entiende como un signo de humildad, pues históricamente la carne era un signo de bonanza económica. Esta costumbre de ayuno y abstinencia es de obligado cumplimiento para todos los cristianos entre 18 y 59 años, así como la abstinencia todos los viernes a partir de los 14 años.
La Iglesia nos encomienda seguir estas prácticas dentro del espíritu cuaresmal con el fin de servir como una catequesis y una enseñanza simbólica de humildad y penitencia. Por eso, la Iglesia recomienda practicar, especialmente durante este tiempo, el ayuno, la limosna y la oración, los gestos que representan las virtudes de la Esperanza, la Caridad y la Fe.
También es costumbre celebrar el rezo del Via-Crucis, sobre todo los viernes, día que se suele dedicar a la meditación de la Pasión. Este rezo se compone de 14 estaciones o pasos. Cada estación representa un momento de la Pasión de Cristo, del camino de Cristo hasta el Calvario, desde la condena a Muerta hasta la sepultura. Estas 14 estaciones ya son mencionadas por San Jerónimo en el siglo V. Muchas de ellas provienen de la tradición, ya que no se recogen en los textos evangélicos. La Verónica o las tres caídas son los ejemplos más claros. Por este motivo, durante su pontificado, San Juan Pablo II propuso un nuevo órden de las estaciones, suprimiendo estos episodios apócrifos y añadiendo otros pasajes bíblicos. Este Via-Crucis fue el que se rezó durante la JMJ de Madrid de 2011 y en el que se basó el Via-Crucis escenificado celebrado en Cieza el Lunes Santo de 2014. No obstante, las 14 estaciones tradicionales se siguen utilizando en muchos lugares. A estas 14 se le suele añadir una más, la Resurrección de Cristo.
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