Lectura del Santo Evangelio según san Juan (3,14-21):
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
Palabra del Señor
"Alegrate, Jerusalén, porque está cerca tu Salvación". Hoy, domingo cuarto de Cuaresma, a pesar del recogimiento y penitencia, la iglesia nos invita a alegrarnos. Llevamos prácticamente un mes de preparación, ya está muy cerca la Semana Santa y la Pascua, por eso hemos de alegrarnos, porque esta peregrinación toca ya a su final. Tras el invierno llega la primavera, tras el desierto, la tierra prometida, y tras la Cuaresma, la Resurrección. Cristo está cada vez más cerca de Jerusalén, más cerca de la Cruz y más cerca del Sepulcro. Cuando llegue el Viernes Santo lloraremos su Muerte y aclamaremos su sacrificio en el Árbol de la Cruz y esperaremos junto a su tumba el momento glorioso de su Resurrección. Está cerca la Vida Eterna, por eso hemos de alegrarnos.
Hoy, el Evangelio nos regala un profundo mensaje de amor. Cristo está listo para entregarse, está listo para darnos todo lo que tiene: su propia vida, la vida del Hijo Primogénito de Dios. Él, que es el mismo Dios y que todo lo puede se ha hecho pequeño, se ha hecho igual a nosotros, pero no para juzgarnos, no quiere echarnos en cara nuestras faltas, sino que quiere darnos ejemplo y abrirnos la vida eterna entregando la suya en el terrible sufrimiento de la Cruz. Por eso, igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, una serpiente de bronce que sanaba a cuantos la miraban, Cristo se ofrece por nosotros en la Cruz, se levanta como bandera, como faro luminoso, para guiarnos hacia el Reino Eterno y sanar nuestros corazones del veneno del pecado.
Alegremonos, hermanos, porque está cerca la alegría de la Redención. Vivamos esta Semana Santa tan dificil que se nos viene encima con fe y esperanza pues, ¡quién puede temer sabiendo que el Padre nos ama hasta el extremo! Llevemos con nosotros la Cruz como bandera, que nos sirva de guía y alivio en nuestras vidas. Y recordemos siempre que Dios es Amor.
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