Sentir de una Cuaresma perdida

Por Jorge Carretero Koch
Pasado el tradicional Domingo del Pregón, la familia nazarena ciezana se prepara para sus días grandes.” Esta frase podría ser perfectamente la cabecera de una noticia a escasos días de Viernes de Dolores, pero la realidad no es esa. La realidad es que por segundo año consecutivo Cieza no saldrá a sus calles a celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Este año viviremos de los recuerdos de aquellas Semanas tan soñadas por todos los cofrades ciezanos.

La Cuaresma avanza a pasos agigantados como el fluir de un río. Llegó Miércoles de Ceniza y creíamos que el nuevo tiempo que comenzaba sería muy diferente. Pensábamos que este año tendríamos una Semana Santa tal y como la conocemos. Nos equivocamos.

Hoy es martes 23 de marzo. Si miramos el calendario y seguimos tachando días para ver a la Dolorosa salir por el portón del Convento de San Joaquín, sólo podremos contar tres. Tres únicos días para que Cieza goce de su particular Jerusalén. Durante toda esta semana, lo normal hubiera sido ver la Casa de los Santos rebosando cofrades que ultiman detalles para que todo esté preparad; imágenes, tulipas, galas, varas y demás enseres, todo cuidado con tantísima devoción para la contemplación del ciezano.
"Desfilar con la imagen a la que tanto rezamos y nos encomendamos no es un hecho de un día o de una semana. La Semana Santa no es una celebración cualquiera."
Sin embargo, este año los cofrades viviremos de añoranzas y de sueños. De recuerdos que tenemos de nuestra infancia, como cuando nuestras madres nos ponían la túnica o veíamos las primeras procesiones. De los que nos precedieron; todas aquellas personas que nos formaron en lo que somos y en lo que regalamos al pueblo de Cieza. O de las últimas procesiones vividas, las últimas notas de nuestras queridas marchas...

Durante esta Cuaresma, creo que muchos de nosotros nos hemos dado cuenta que desfilar con la imagen a la que tanto rezamos y nos encomendamos no es un hecho de un día o de una semana. La Semana Santa no es una celebración cualquiera. Para el cofrade, la Semana Santa son sentimientos, son sueños que cobran vida. La devoción que tenemos por nuestras Imágenes queda latente en nuestros rostros, tanto en el del procesionista como en el del espectador; esas personas mayores que salen con sus sillas a la entrada de sus casas para ver los “santos”, tradiciones que vienen de antaño y que nunca deberían de perderse. El cofrade vive su Semana Santa con mucho fervor; como es el caso de la protagonista de esta pequeña historia que sucedió no hace mucho y que a continuación os relato. 

Este recuerdo se adentra en el corazón de una Iglesia anexa al casco antiguo, el Monasterio de la Inmaculada Concepción, conocido como Las Claras. Era la mañana de un domingo tristemente lluvioso. Una conversación entre dos personas que se habían conocido pocos minutos antes constituía la escena. Tras ellos, como telón de fondo, la Santísima Virgen de los Dolores, mi devoción personal. Yo contemplaba la escena en segundo plano.

La conversación entre esas dos personas emanaba sentimientos. Los recuerdos y las vivencias de aquella noble mujer nos sobrecogieron, sus enternecidas palabras nos hicieron recordar de dónde venimos. Esa persona habló de su familia, de sus padres. Ellos la criaron y le enseñaron a vivir por y para su Semana Santa. Su padre, que también había participado en los desfiles procesionales, la introdujo en la magna tarea de trabajar por su querida Semana.

De esta pequeña historia podemos extraer una sencilla moraleja: no nos podemos conformar con participar en nuestra Semana Santa por pura rutina o costmbre, sino que hemos de vivirlo, hemos de sentir esa pasión que nuestros padres nos han transmitido y que, por ende, nosotros también tendremos que inculcar. Y, por supuesto, todo ello sin olvidar de donde partimos y qué celebramos.

A Cieza, por su Semana Santa.

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