En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»
Palabra del Señor
Un domingo más Jesús nos reúne en torno a su Palabra. Este
domingo V de Pascua la Iglesia nos regala la enseñanza de Jesús sobre como el
Padre cuida de aquellos que hacen su voluntad. Esta enseñanza debemos de
situarla en su contexto y así nos aportará mucha más luz, pues, aunque nosotros
contemplemos esta Palabra durante el tiempo de Pascua, fue en la noche de la
Última Cena cuando Jesús dirigió a su círculo más cercano, a sus discípulos más
queridos estas palabras.
En ese compartir fraterno que fue la Última Cena, Cristo
quiso dejar a sus discípulos sus últimas enseñanzas recogidas casi todas en los
capítulos 14 y 15 del Evangelio de san Juan donde se desarrolla el último
discurso de Jesús. Con la Palabra que este domingo celebramos, Cristo el Señor
quiso explicar de manera sencilla y clara como Dios Padre se comporta con
aquellos que hacen la voluntad divina, con aquellos que trabajan para construir
cada día el Reino de Dios en la tierra. De manera, que nosotros sarmientos de
la vid, es decir miembros de la Iglesia, hemos de dar fruto, puesto que todo el
que no da fruto es cortado y aquel que da fruto es podado para que de aún más
fruto. La diferencia es que cuando uno de nosotros trabajamos con todo nuestro
ser por mejorar y hacer crecer el amor de Dios por todas las partes del orbe,
Dios nos apremia y nos “estruja” hasta el máximo para que todo ese fruto pueda
dar aún más fruto y podamos ser, como dice Jesús al final del Evangelio,
discípulos suyos.
Tengamos también presente la importancia de contemplar en
cada instante la Palabra, lugar donde la presencia divina es tan verdadera y
real como en la Sagrada Hostia. Es con la Palabra como cada día Dios se dirige
a nosotros y una Palabra que cada día es nueva, cada vez que la leemos nos
exhorta una cosa diferente, pues, aunque pase el tiempo, la Palabra siempre es
nueva. Además, nos lo dice hoy el Maestro, “si permanecéis en mí y mis palabras
en vosotros”, esa es la gran importancia de recurrir a la Palabra de Dios con
frecuencia.
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