Reflexión Dominical: V Domingo de Pascua

 

Por Pablo Moreno Gómez
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.» 

Palabra del Señor

Un domingo más Jesús nos reúne en torno a su Palabra. Este domingo V de Pascua la Iglesia nos regala la enseñanza de Jesús sobre como el Padre cuida de aquellos que hacen su voluntad. Esta enseñanza debemos de situarla en su contexto y así nos aportará mucha más luz, pues, aunque nosotros contemplemos esta Palabra durante el tiempo de Pascua, fue en la noche de la Última Cena cuando Jesús dirigió a su círculo más cercano, a sus discípulos más queridos estas palabras.

En ese compartir fraterno que fue la Última Cena, Cristo quiso dejar a sus discípulos sus últimas enseñanzas recogidas casi todas en los capítulos 14 y 15 del Evangelio de san Juan donde se desarrolla el último discurso de Jesús. Con la Palabra que este domingo celebramos, Cristo el Señor quiso explicar de manera sencilla y clara como Dios Padre se comporta con aquellos que hacen la voluntad divina, con aquellos que trabajan para construir cada día el Reino de Dios en la tierra. De manera, que nosotros sarmientos de la vid, es decir miembros de la Iglesia, hemos de dar fruto, puesto que todo el que no da fruto es cortado y aquel que da fruto es podado para que de aún más fruto. La diferencia es que cuando uno de nosotros trabajamos con todo nuestro ser por mejorar y hacer crecer el amor de Dios por todas las partes del orbe, Dios nos apremia y nos “estruja” hasta el máximo para que todo ese fruto pueda dar aún más fruto y podamos ser, como dice Jesús al final del Evangelio, discípulos suyos.

Tengamos también presente la importancia de contemplar en cada instante la Palabra, lugar donde la presencia divina es tan verdadera y real como en la Sagrada Hostia. Es con la Palabra como cada día Dios se dirige a nosotros y una Palabra que cada día es nueva, cada vez que la leemos nos exhorta una cosa diferente, pues, aunque pase el tiempo, la Palabra siempre es nueva. Además, nos lo dice hoy el Maestro, “si permanecéis en mí y mis palabras en vosotros”, esa es la gran importancia de recurrir a la Palabra de Dios con frecuencia.


Comentarios