Reflexión Dominical: Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

Por Antonio Jesús Hernández Alba

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (8,27-35):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Palabra del Señor

Hoy la iglesia nos regala uno de los Evangelios a mi parecer más bellos de toda la Escritura, así como uno de los más necesarios para nuestro día a día como cristianos. Precisamente, este pasaje nos explica qué significa ser cristianos. 

Como se suele decir por ahí, existen dos tipos de cristianos. Los que, como Simón Pedro, reconocen a Jesús como "El Mesias, el Hijo de Dios Vivo", y los que, como san Pedro también, rehuyen el sacrificio que significa reconocer al Señor y seguirlo a toda costa.

Ser cristiano no es tarea facil. Implica olvidarse de toda vanidad, de toda soberbia y reconocerse a uno mismo como algo insignificante, como una mera criatura en manos de un ser superior, Dios Padre. Y este ejercicio de humildad nos cuesta mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer. Implica también abandonar nuestra vida acomodada, dejar los lujos y el egocentrismo y mirar a quien tienes al lado, pensar en tu projimo, en el vecino, en tu amigo, en tu enemigo, antes que en ti mismo. Implica también sufrir, como Cristo sufrió, insultos y burlas. Implica, en una palabra, tomar el peso de la Cruz.

Cada uno tenemos una cruz, cada uno tiene una carga que tiene que soportar, un peso en su vida con el que tiene que lidiar. Tu trabajo, la enfermedad, el dinero, tu caracter, tu forma de ser, tus amistades... todo lo que conforma nuestra vida puede llegar a ser en algún momento nuestra cruz. Cuando nos enfrentamos con ese sufrimiento, con ese peso, como somos libres y libres nos ha hecho el Padre, tenemos varias opciones. Una es rendirse y maldecir a Dios por darnos esa carga, es decir, hacer como San Pedro, tomar la via fácil, la que nos sugiere el demonio: apartarnos de la Cruz y del Amor de Dios. La otra opción no es sencilla, es dura y nosotros solos no podemos afrontarla. Esa via es la de aceptar esa Cruz, vivir con ella como podamos y confiarnos al Padre, con la esperanza de que Él nos ayudará a llevarla.

El mismo Cristo tuvo esas dos opciones. Él eligió la segunda y el Padre lo resucitó al tercer día, dándole como premio la vida eterna para todos los que creamos en Él.

Y tú ¿que tipo de cristiano eres?

Feliz domingo, hermanos, y que el Señor nos ayude a cargar con nuestra Cruz y seguirlo.

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