“El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
Este domingo, penúltimo del tiempo ordinario, Jesús nos llama a estar alerta, a mirar los signos de los tiempos. Nos presenta un contexto devastador, “después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”. Vivimos en un mundo con numerosas catástrofes naturales, problemas terribles de índole económico y social, pero ante todo esto, Jesús está en medio de nosotros.
“Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria”. Jesús está en nosotros, vive con nosotros. Que se hace presente en la Eucaristía, que nos ama tal como somos, no quiere apartarse de nosotros. Vivir con Él, es vivir un camino de salvación, y es también un camino de vivir el presente bien estando preparados para el momento de partir a la vida eterna. Esto es lo que nos transmite el Hijo de Dios en este evangelio.
Hablar de un mensaje apocalíptico no es hablar del mensaje de amor de Dios. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. A lo largo de los tiempos, Dios no ha buscado el temor de los cristianos, el vivir con miedo sobre el futuro; sólo ha querido que viviéramos en su amor. Tampoco al final de los tiempos vendrá con un poder lleno de ira y orgullo, sino con un radiante rostro de amor, del cual todos nos abandonaremos al amor del Padre.
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