Por Antonio Jesús Hernández Alba
Desde que tengo recuerdo, el día del Corpus Christi ha sido una cita especial. Un último momento cofrade, el último coletazo de procesiones antes de las vacaciones de verano. Siempre fue una tarde especial. Había que bajar a misa, una misa con ese aura de solemnidad popular que se respiraba tan sólo el 3 de mayo y el 24 de agosto. Luego había que pasear por el recorrido entero, buscando los altares. El casco antiguo estaba perfumado de rosas, alábega e incienso. Mantones, tapices, colgaduras, imágenes de devoción particular. Todas estas cosas adornaban el Corpus de mi infancia, haciéndome soñar con poder preparar un monumento similar para que el Santísimo se parara delante.
Porque eso estaba muy claro en mi casa, el Corpus Christi es la procesión de procesiones. Es el día en el que lo que vemos es la Vida, es el mismo Señor que se pasea en su carroza triunfal por nuestras calles. El centro de este día es y era el Señor, Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. No es una procesión más, es LA procesión.
¿Qué queda hoy del Corpus de mi infancia? Poca cosa. El calor, las circunstancias de cada uno... se pueden poner mil pretextos para justificar que esta procesión vaya en clara decadencia. Pero la verdad es otra: la estamos dejando morir entre todos. Poco a poco, aquellas personas anónimas que montaban altares, que cortaban alábega y maestranzos, que engalanaban sus casas para que el Señor los visitara han ido muriendo y poca gente ha sabido mantener la costumbre. Y digo poca porque aun quedamos algunos que nos preocupamos por esta fiesta y por ofrecer lo mejor que tenemos al Señor, personas particulares y anónimas que se siguen emocionando cuando Jesús Sacramentado pasa delante de sus casas. Por ello, es encomiable y de reseñar la labor de las Ánimas y los Hijos de María por ser las únicas cofradías que parecen de verdad acordarse del Corpus.
El calor no es impedimento para salir en procesión, así quedó patente el pasado sábado cuando el Señor de la Cena salía a la calle. Habrá quien diga que había poca gente. Pero para mí no hace falta más. Cada vez somos más los cofrades que nos empezamos a cansar de las aglomeraciones y que necesitamos de estos pequeños actos para sentirnos en casa, para disfrutar una procesión sin agobios. ¿Vale la pena salir a la calle? Que cada cual llegue a sus conclusiones, para mí es un rotundo sí. Es la forma que tenemos los cofrades y los cristianos de oponernos a este mundo cada vez más egoista, cada vez más centrado en la comodidad y en el individualismo, cada vez más radicalizado. Salir a la calle con nuestras imágenes, luchar por nuestras tradiciones e inventarnos nuevas formas de mantenerlas vivas ha de ser nuestra callada revolución.
No hace falta mucho para mantener vivo el espíritu de nuestra forma de ser, no hacen falta declaraciones, ni muchos millones, ni mucha pompa y boato. Sólo Dios basta.
REPORTAJE DEL TRASLADO DEL SEÑOR DE LA CENA 2025
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