Hoy es un día triste y grisaceo, de esos que son raros en Cieza. Llueve y en abundancia y no hay perspectivas de que pare. El día de hoy es triste y grisáceo, la luz se hace esquiva tras la fría mortaja de las nubes, pero no es la lluvia la que hace que sea triste y grisaceo este día.
Parecía una broma cuando me lo decían por whatsapp, una broma de mal gusto que a algún insensato se le había ido de las manos. Parecía una broma, pero de broma no tenía un pelo. Resultaba difícil de creer. Difícil no, dificilísimo. Y es que, de repente, como si fuera un relámpago sentimental que llega directo al alma quemándolo todo a su paso, llegaba la noticia más terrible e inesperada que podía recibir en una tarde tan fría y desolada.
Te has ido sin avisar, sin apenas despedirte, recordándonos lo que el Señor nos dijo: "Estad atentos, porque no sabéis ni el día ni la hora". Te has ido sin quererlo, con el nombre de tu Magdalena en los labios, desapareciendo sin más en la tarde. Te he visto durmiendo, arrullado por la luz de los cirios, arropado por las galas de tu Santa, adornado por las flores de tus amistades y tus amores y, aún así, no me lo creo. He sentido deseos de gritar, de golpear el helado cristal que nos separa para despertarte de tu letargo. Y eso que yo sólo soy el menor de tus amigos. He visto llorar con gesto desconsolado a tus allegados y he comprendido por fin nuestra Madre, a María dolorosa al pié de la Cruz y me he sentido como San Juan, el más joven de los doce, viendo como el mundo se derrumba a mi alrededor mientras ingenuo intento asimilar algo que en mi juventud y mi torpeza no puedo siquiera llegar a comprender.
He recordado cada vez que hemos hablado, cada vez que te he visto vestido de túnica o de traje o de chandal, cada vez que te he visto, cámara en mano, inmortalizar esos momentos con los que hemos soñado tantas veces. He tratado de evocar tu voz, tanto en los momentos de risas y bromas como en esos momentos en los que te ponías poético y evocabas aquél mítico pregón de la Semana Santa de Sevilla 2010 y que utilizaste en un vídeo que sigo viendo de vez en cuando para emocionarme. Y eso que yo soy el menor de tus amigos. ¡Cuánto más no deben estar recordando quienes han compartido contigo innumerables horas gracias a esa bendita locura que nos une! Por cierto, estarás contento, ahora no podré abrir mi poemario sin ver ese magnífico prólogo que escribiste para mí con todo el cariño del mundo.
He pasado por la iglesia. Por ese rinconcito que te gustaba visitar de tanto en tanto, y me he acercado a tu Cristo, ese Cristo con el que has compartido 16 lunes santos. He hablado con Él, he tratado de explicarle por qué tú no ibas a volver a visitarle, y de nuevo he visto un rostro que para mí siempre está sereno, encogerse y retorcerse en una mueca de profunda tristeza. Después he hablado con tu Madre, le he dicho que te acompañe a casa, que ya no te vas a separar de Ella. Y me ha contestado, con un Dolor mayor al acostumbrado: "¿Otro hijo al que llorar?¿No fue bastante con ese que tengo allí tumbado?". He intentado consolarla y ha sido Ella la que me ha consolado a mí. Me ha dicho "Anda con Dios y que la Magdalena te guíe, que yo cuidaré bien de él".
Se te va a echar de menos. Mucho. Muchísimo. Es curioso como cuando alguien se marcha, la vida continúa haciendo caso omiso al triste suceso. Alguien se ocupa de las funciones del difunto y todo sigue igual. Pero siempre llega ese momento en que dices, ya no es lo mismo desde que él no lo hace. Y así, cuando llegue el momento, notaremos un hueco en las filas de nazarenos, nos faltará un gorro magdaleno en el pregón y un verdugo rojo sangre el lunes santo. Se notará la cera de menos que no derramará un círio en el Via-Crucis y con el Yacente. Se nos hará extraño ver una cámara menos tratando de conseguir la mejor toma o la mejor foto. Tus bromas y tus poemas, tus risas y tus cabreos, todo eso nos faltará cuando se vaya acercando la cuaresma, o la procesión de promesas, o los rosarios, o San bartolomé, o la Virgen, o el Corpus, o el día de la Cruz...
Ya está todo dicho, así que sólo queda decirte: Gracias por todo, Pepe Paco, hasta siempre.
Por cierto... Anda con Dios... ¡y que tu Magdalena te guíe!
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