Reflexión Dominical: Domingo III de Pascua

Por Pablo Moreno Gómez
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Hoy se nos presenta el pasaje del Evangelio de Lucas en el que Cristo, Resucitado de entre los muertos, se aparece a dos discípulos que iban camino de Emaús. 

Los discípulos, con una actitud de derrota, de pérdida, de sentirse abandonados, vuelven a sus casas como si la vida de Jesús de Nazaret hubiera sido un espejismo y los milagros algo pasajero… No habían comprendido las Escrituras, no le encontraban el sentido a todo lo que días antes había acontecido en Jerusalén. Pero, ante la incomprensión y la incertidumbre de estas personas, Dios no se queda ajeno, no es un Padre distante que desde lejos mira el sufrimiento de sus hijos… 

Yendo por el camino los dos discípulos, Jesús se hace presente, y les recuerda lo que él anunciaba días antes, lo que Él proclamaba por las aldeas: que el Hijo de Dios iba a padecer. Esto no cuadra en la mentalidad judía de aquella época; su Salvador tenía que ser algún varón del pueblo judío que con mano dura los liberara de los romanos. Sin embargo, Jesús, verdadero Salvador, predica que a la Salvación se llega mediante el Amor y la entrega generosa de la vida. 

Ellos no reconocieron a Jesús en la figura del forastero que iba en camino con ellos, el cual les explica que, en la figura de Jesús, se cumple todo aquello que en el Antiguo Testamento se decía y se anunciaba de aquel que salvaría a Israel. 

Muchas veces, la Palabra de Dios nos parece incomprensible, no entendemos su “modus operandi”, pero vemos que, cuando parece que todo está perdido, una luz de esperanza se enciende en lo más profundo del corazón del hombre. Los tres personajes siguen avanzando en su camino y cuando llega el momento de cenar, Jesús parte el pan y ellos lo reconocen. Ahí, en la acción más cotidiana, en lo más simple, en la acción más sencilla es cuando tenemos oportunidad de ver y reconocer a Dios actuando en nuestra vida. 

Pero, ¿dónde buscamos a Dios? El Evangelio de hoy nos da la clave, Dios nos habla al corazón. Este “arde” ante la presencia real de Dios, recordándonos que está ahí, que ha resucitado de entre los muertos y quiere salvarte de la muerte, que esta ya no tiene poder en nosotros porque la Vida Eterna ha triunfado. 

En este tiempo de Pascua, ante la alegría de la Resurrección de Cristo sintámonos amados por aquel que derramó su sangre en la Cruz, que dio su vida por salvarnos de la muerte y proclamemos con fuerza, ¡Dios me ama y ha resucitado!

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