Reflexión Dominical: La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo

Por Antonio Jesús Hernández Alba

Conclusión del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»

Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor

El ciclo de la Pascua va tocando a su fin. Hoy celebramos el final de la era más dichosa de nuestro mundo, el final de la estancia del Señor, el Dios creador del universo, hecho hombre y caminando entre nosotros. Aunque el mundo no lo conociera, Dios mismo estuvo entre los hombres, predicando, haciendo milagros y enseñando que nada importa salvo el Amor.


El mundo no lo reconoció, pero unos pocos escogidos lo vieron, lo escucharon y, finalmente, creyeron en su palabra: que Él, que es Dios, tenia que hacerse hombre, padecer y morir por nuestra Salvación, Resucitar para devolvernos con Él a la Vida eterna y, finalmente, ascender a los Cielos para abrirnos el camino de vuelta al paraíso. Y tal fue su fe en esto que hasta dieron su vida por defenderla.


Hoy, en el Evangelio, momentos antes de subir a los cielos, Cristo le habla a los apóstoles,  a estos pocos escogidos, y les da el mandato de anunciar la Buena Nueva de la Resurrección al mundo entero. Y nosotros, como herederos de los primeros discípulos, recibimos también este llamamiento "Id y haced discípulos míos a todos los pueblos". Oigamos este mensaje con el corazón y la mente atentos y proclamemos con palabras y con nuestra vida entera que Dios nos ama hasta el extremo, que ha muerto y resucitado por nosotros y, aunque subiera al cielo, se ha quedado presente en el Sagrario, en el Pan de la Eucaristía. Hagamos que todo el mundo sepa que sin el Amor de Dios nada importa y nada tiene valor.

 

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