Reflexión Dominical: Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Por Antonio Jesús Hernández Alba
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (10,46-52):

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor

Hoy el Evangelio va sobre el orgullo y la vergüenza. Si, no me he equivocado ni he leido mal. Hoy el Señor nos regala su Palabra para hacernos ver cómo somos, para hacernos conscientes de nuestras de debilidades. El pasaje de hoy no está para hacernos ver lo bueno que es el Señor, sino para mostrarnos la debilidad de la naturaleza humana.

El protagonista de este fragmento es un ciego, un discapacitado dejado de lado por sus semejantes y su familia, del que nadie se ocupa y que, por su ceguera, no puede ganarse la vida de otra forma que no sea pidiendo limosna. Cuando se entera de que Jesús pasa por su lado comienza a gritar y a llamarlo, pues ha oido hablar de Él, pero el resto de la gente trata de hacerlo callar. No obstante, su insistencia y su fe en que Cristo puede ayudarlo le granjea la sanación.

Hoy día a nosotros nos pasa los mismo. Más de una vez nos encontramos débiles, caídos, deprimidos, desamparados, necesitados y la sociedad nos reprime, nos hace callar por orgullo, porque nos avergonzamos de ser débiles en un mundo hostil, donde sólo el más fuerte (o el que aparenta serlo) prospera. En nuestro mundo a veces parece que no hay cabida para el débil, el enfermo, el discapacitado, el pobre, el necesitado. De hecho, a veces cerramos los ojos ante estas debilidades, pasamos de largo, intentamos ocultar a la gente que lo pasa mal, quizás porque nos recuerdan que no somos tan fuertes ni tan perfectos como nos pensamos.

Jesús no pasa de largo, Jesús se desvía y va en busca de todos estos que necesitan de su ayuda. Pero para recibir su visita hay que dejarse visitar, hay que dejarse ayudar. Por eso, el camino de la Salvación comienza en la humildad, dejando atrás el orgullo y reconociendo que, sin Dios en nuestra vida, no valemos mucho más que aquel ciego que llamaba a gritos al Señor.

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