Por Jorge Carretero Koch
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,39-45):
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra del Señor
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
El IV Domingo de Adviento corresponde a la Visita de María a su prima Isabel; un domingo con un símbolo profundo de alegría pues María se pone al servicio del prójimo, de su prima Isabel, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es servir a los demás. Días anteriores a la visita a su prima Isabel, María había recibido el mayor regalo que podía tener, dar a luz al Verbo. En ese encuentro, María dice “hágase”, un gesto con el que se muestra como sierva de Dios. Este gesto de servicio a Dios es un gesto también de darse a los demás, poniéndolo en práctica con la visita a Isabel. María conoce en ese diálogo con el Emisario del Señor que su prima, siendo ya de edad avanzada, estaba ya de 6 meses; ve que ella necesita ayuda, siente la necesidad de ayudarla.
La primera consecuencia de recibir a Dios es de olvidarnos de nosotros mismos y de salir hacia las necesidades de las demás personas. El camino de María hasta Aim Karem, el lugar donde vivía Isabel, no era fácil pues duraba cuatro o cinco días, aún así, que antes de cuidarse, su pariente tenía mayor necesidad. Por último, es importante resaltar la alegría del encuentro. Isabel se siente bendecida por aquella mujer que viene en el nombre de Dios. Recibir, encontrarse y acoger son signos de fe; estos días acojamos a los demás como acogemos a Dios, con calma y con gozo.
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