Reflexión Dominical: Domingo de Pasión (V de Cuaresma)

 

Por Jorge Carretero Koch
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
- «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
- «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor

"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra"

Jesús sorprende al pueblo judío con esta acción, nos sorprende también pues, ¿quién de nosotros no está libre de pecado?
En el evangelio de este domingo, el quinto de Cuaresma, Jesús nos propone que nos observemos a nosotros mismos, que reflexionemos y nos juzguemos. A partir de la provocación de los judíos para juzgar a una mujer sorprendida en adulterio, intentando comprometerle para acusarle, Jesús no huye, sino que con su palabra hace que los propios fariseos tengan que irse o escabullirse, como dice el evangelio, por la vergüenza que sienten.
Todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, pecamos, cometemos “faltas” ante los ojos de Dios. Esto no quiere decir que por ello estemos ya condenados y no podamos gozar de la Vida Eterna, no somos perfectos, pero podemos cambiar esas imperfecciones. Sin embargo, Dios nos regala un sacramento con el que, por medio del sacerdote, nos perdona esas faltas que tenemos. 
Nosotros, al igual que la mujer adúltera, no nos quedamos solos o no estamos solos. Jesús, que nos quiere y nos ama tal como somos, con nuestras imperfecciones y nuestras inquietudes, nunca nos abandona. Al igual que en la parábola del Hijo Pródigo o en la del Buen Pastor, Jesús no se cansa de nosotros, pues siempre estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.




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