Reflexión Dominical: II Domingo de Pascua

Por Antonio Jesús Hernández Alba
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor

¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya! Estamos en Pascua, celebramos el paso del Señor de la muerte a la Vida, nuestro paso de la muerte del pecado a la Vida Eterna por el sacrificio de Cristo. Ahora, con nuestros ojos de cristianos, dos milenios después de ese hecho fundamental de nuestra Fe y de nuestra historia, es fácil alegrarse y comprender, con perspectiva, que Cristo había de morir para que la Vida pudiera triunfar. Pero pongámonos por un momento en el papel de los apóstoles. Durante tres años han recorrido, junto a Jesús, Judea, Galilea y Samaria. Lo han escuchado predicar el amor, la paz, la vida, el Reino de Dios, la Salvación. Se han jugado su reputación y su medio de vida por seguir a un maestro revolucionario. Y, de repente, los sueños de grandeza que tenían se esfuman cuando a Jesús lo prenden como a un criminal, lo condenan y lo crucifican. Todo lo que el Maestro les dijo ahora parece no tener sentido. Los discípulos tenían miedo porque sabían muy bien que ellos iban detrás de Jesús.

Pero Dios nunca habla en vano. Cristo, que es el Hijo de Dios, no promete a la ligera. Los apóstoles no comprendieron el mensaje de Jesús hasta que lo vieron aparecer, vivo y triunfal, después de verlo morir en la Cruz. Y, aún así, les cuesta asimilar la noticia. Es lógico. Pero el Señor, con su presencia, les devuelve la fe, y los convierte en aquello para lo que los había preparado durante tres años de predicación: sus mensajeros por el mundo. 

A nosotros, Cristo nos echa un gran piropo Dichosos los que crean sin haber visto. Si 2000 años después hemos creido en que Él ha Resucitado, ¿qué nos puede frenar? ¿qué nos impide gritar a los cuatro vientos la noticia? ¡Cristo ha  Resucitado! ¡Cristo sigue vivo y sigue con nosotros! No seamos como Tomás, y creamos en esta Buena Noticia. Sigamos el ejemplo de los apóstoles, que dejaron a un lado sus miedos y vergüenzas y salieron al mundo a gritar que Jesús, Hijo del Dios vivo, resucitó y sigue viviendo en todo aquel que cree en Él.

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