Cieza es de su Santo Cristo...

 Por Antonio Jesús Hernández Alba

Si hay algún sacerdote, o alguien en general, que siga diciendo aquello de que "los santos de palo no sirven para nada", debería acercarse al novenario del Santo Cristo, y ver el poder que tiene la piedad popular de hacer lo que sermones, concilios y demás historias no han conseguido: atraer al pueblo a la Iglesia. Y es que el pueblo de Cieza es de su Santo Cristo, y el Santo Cristo del Consuelo es de su pueblo.

Se cumplió un año más el rito, se cantaron las "llagas", se recitaron los poemas, sonó el "Vivo, Señor". Y el pueblo cantó a pleno pulmón, durante diez días seguidos, el "Cristo bendito, Gloria de Cieza". ¡Hasta las piedras lo gritan! Quizás no tenga el poder de convocatoria de hace décadas, cuando la gente tenía que traer sillas de sus casas para poder sentarse durante la novena. Aun así, el Novenario al Santo Cristo del Consuelo sigue dejando estampas increibles en este mundo cada vez más olvidado de las tradiciones y de Dios. Los bancos llenos, el altar hermosísimo de flores (aunque quizá va siendo hora de plantear algún altar de cultos más ostentoso, como consta que ocurría hace muchos años), y, sobre todo, el fervor de la gente. Por cierto, y ya que estamos, un verdadero acierto nombrar a don Luis Emílio Pascual como predicador. 

Hará un par de años, cuando defendía mi trabajo fin de master, hablando de las "Llagas al Santo Cristo" y del Coro de la novena, ante las propuestas de puesta en valor de este hecho cultural ancestral que allí defendía, un miembro del tribunal me hizo ver que las cosas del pueblo, salgan mejor o salgan peor, tienen valor por si mismas. Cada vez lo comprendo más profundamente. La Novena, las "llagas", el besapiés. Todo, tal cual es, es un tesoro que debemos conservar y cuidar, para legarselo a las nuevas generaciones. Esto es lo que somos.

Y llegó la noche del dos de mayo, el día en que el Santo Cristo se hace más cercano que nunca. Cuando el pasillo central del templo parece que se queda pequeño es cuando se entiende lo que no se puede entender. Cieza es de su Santo Cristo, y el Santo Cristo es de su pueblo. Cuántos pañuelos no pasarán ese día por su divino Costado. Los fieles se quieren llevar una reliquia de su Cristo. ¡Que vengan aquellos que se ríen de la piedad popular y que vean! El Santo Cristo y Cieza, un binomio indivisible.

Y termina el ciclo en la soleada tarde del Día de la Cruz. Parece que la plaza está un poco vacía cuando sale el Señor, faltan algunos balcones, que con el paso de los años se han quedado vacíos de pétalos y devoción. Falta la primera petalada desde el balcón de la propia iglesia. Pero cuando la calle Larga se estrecha, el pueblo aparece y se desgrana en rosas para acompañar a su Misterioso Imán. La tarde va muriendo por el Camino de Madrid entre cánticos y vítores. Pero el sol aguarda al filo de la sierra para despedir al Faro Luminoso. Con esa imagen nos despedimos de Él, hasta que volvamos a subir a pedirle Consuelo.

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